El pasado 11 de marzo, fecha luctuosa como pocas para los españoles, Japón temblaba. Tembló por efecto de un colosal terremoto -nueve sobre un máximo de diez que marca la escala Richter-. Junto a él, un cruento tsunami sobrecogió a todos cuantos seguíamos de cerca las noticias. Ambas catástrofes arrojaron las cifras del terror: más de nueve mil muertos – y siguen incrementádose-, más de catorce mil desaparecidos y unas pérdidas millonarias de trescientos mil millones de dólares.
Ken Mizukubo, tetrapléjico, técnico del proyecto DONO, de Technosite, iba camino al trabajo cuando escuchó por la radio el suceso. Su cuerpo se estremeció. Buena parte de su familia vive en Japón. Su hermano, cuñada, tres sobrinos y toda la rama genealógica por parte de padre: abuelos, tíos y primos.
“Las primeras noticias hablaban de un gran terremoto en Japón, aunque no se sabía con exactitud las zonas a las que había afectado ni la magnitud real del mismo. En seguida traté de contactar con mi hermano por teléfono, pero fue imposible porque las líneas estaban caídas. Al llegar al trabajo le escribí un correo electrónico, y me contestó”.
“Sí tenía acceso a Internet”, nos explica Mizukubo. Según iba transcurriendo los días, Ken logró tranquilizarse. Su familia reside en el sur de Tokio, así que tanto el terremoto como el tsunami resultaron débiles cuando alcanzaron esa zona.
“Trataba de no obsesionarme con las noticias que aparecían aquí, porque eran muy alarmistas. Es cierto que el terremoto y el tsunami fueron demoledores, pero los medios de comunicación transmitían la idea de de habían asolado por igual a todo el país. Seguirlo sobre todo por la televisión era apocalíptico. Por fortuna, mi hermano iba poniéndome al día y tranquilizándome”, nos cuenta Mizukubo.
Cuando el mundo entero pudo pararse un instante a tomar aire, el foco de atención se instaló en Fukushima, donde se ubica una potente central nuclear a la que el terremoto y tsunami causaron serios daños. A día de hoy, la situación no está controlada. A día de hoy, los daños en la nuclear son de «extrema gravedad». A día de hoy, la radiactividad del agua duplica el permitido para niños.
“Hay poca transparencia informativa respecto de todo lo que se refiere a la central. Mucho hermetismo. Mi hermano tampoco tiene muchos más datos de los que nos llegan aquí. Por fortuna, mi familia vive a unos trescientos kilómetros de Fukushima y, en principio, la radioactividad no alcanza ese radio, aunque sí los alimentos”, apunta este español de ascendencia nipona.
El padre de Ken viajaba por África y Europa después de haber trabajado su primer año tras licenciarse. En Japón es casi una costumbre emplear los ahorros del primer año trabajado en viajar. Cuando recaló en Londres, conoció a una “navarrica” que finalizaba sus estudios. Flechazo. “Vivimos en la capital londiense un tiempo y después nos establecimos en España”.
Por cierto, Ken desmitifica esas consigna que nos ha llegado a través de los medios de comunicación: “Es cierto que los japoneses no son tan expresivos como los latinos, ni mucho menos; su cultura les anima a ser muy reservado en cuanto a hacer públicas sus emociones, pero ante una catástrofe te aseguro que son tan explícitos como cualquier otro”.