
Dañar al planeta es dañarse a uno mismo. Pues estamos apañados teniendo en cuenta que, lo se convertirá en nuestro suicidio colectivo, mueve dinero, mucho dinero, más de 7.300 millones de euros anuales en todo el mundo. Se trata de un cómputo sobre el volumen del negocio del delito medioambiental, realizado por la organización sin ánimo de lucro británica Environmetnal Investigation Agency (EIA), que leí, sin ocultar mi enfado, en el diario The Guardian.
Entre los delitos que cita esta organización se encuentran la tala ilegal en bosques tropicales, el tráfico de pieles de especies en riesgo de extinción y de marfil, así como el contrabando de gases refrigerantes prohibidos.
Tenemos tráfico de drogas, de seres humanos… y ahora tráfico medioambiental, otra lacra que se forra destruyendo al otro pero, con una particularidad, también al que se enriquece. ¿Dónde piensan asegurar los nuevos ricos su patrimonio? ¿En Júpiter?
Estas actividades llegan a generar márgenes de beneficio del 700% a las bandas internacionales implicadas, que campan a sus anchas, con total impunidad. Según la EIA, las autoridades nacionales e internacionales todavía no cargan todo el peso de la ley sobre el que trafica con el planeta.
El documento cita varios casos de sospechosos de haber participado en operaciones de este tipo, que habrían generado miles de millones de euros y causado grandes daños medioambientales y que tan solo habrían sido condenados a penas menores o absueltos por falta de pruebas.
Es más, según los expertos de EIA, el negocio del crimen medioambiental está al alza en los países en vías de desarrollo, incluso en el ámbito del comercio con marfil, que está prohibido internacionalmente desde 1989, lo que se plasma en el hecho de que cada vez son mayores las capturas de estas mercancías ilegales.
Los autores del informe atribuyen esta situación a que las organizaciones delictivas han diversificado sus actividades a otros ámbitos: la última tendencia es el contrabando de hidroclorofluorocarbonados, unos gases utilizados en refrigeración y aerosoles que contribuyen al calentamiento global, cuyo uso está siendo abandonado de manera progresiva.