103 años. Número impar, largo, curvo, praxiteliano. Como su obra. El arquitecto brasileños Oscar Niemeyer ha cumplido 103 años inaugurando el edificio que alojará su fundación homónima en Niterói (ciudad cercana a Río de Janeiro).
El edificio se convierte, por dentro y por fuera, en un templo a la arquitectura. No sólo por que su estructura recuerde a la guerra eterna que el brasileño le declaró a la línea recta, ni porque sus 4.000 metros cuadrados alberguen un centro documental sobre su obra, sino porque sus entrañas gestarán a futuros arquitectos y humanistas ya que una escuela de arquitectura vivirá dentro del edificio.
Sobrepasar la centena de años no ha hecho que abandone la mesa de trabajo.
«El trabajo me distrae, paso horas pensando en un proyecto, pinto, estudio…»
Mientras inauguraba esta obra, al otro lado del charco se inauguraba también el centro cultural que llevará su nombre en la ciudad asturiana de Avilés. Según él, el complejo asturiano es el proyecto más importante que han hecho nunca en tierras europeas.
Un ejemplo de existencialismo y perpetuidad a través de su obra. La etiqueta Niemeyer desprende hoy más que nunca el olor a ganas de crear, y lo seguirá haciendo hasta que el alma se extinga. En la obra siempre queda el joven exiliado comunista, el joven errante creador, el joven discípulo de Le Corbusier, el joven viejo arquitecto enamorado de la línea curva.
“No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas es hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein.”