La mujer siempre ha sido considerada un ser vulnerable, débil, que dependía del hombre para sobrevivir. Hasta nuestra época, claro, que hemos demostrado que somos iguales a ellos y que, por supuesto, podemos afrontar la vida sin necesidad perentoria de tenerlos cerca, al menos en los países modernos, ya que no todas cuentan con tanta suerte.
Pero, según me cuenta Elvira Menéndez, autora del libro recientemente publicado ‘El corazón del océano’ (Temas de hoy, 2010), la primera caravana de mujeres al nuevo mundo, acontecida en el siglo XVI, ya verificaba la fortaleza de las féminas que componían este glorioso grupo, así como su capacidad de encarar la vida por sí mismas.
Con nombres propios se presentan en esta verídica historia mujeres que existieron como Mencía de Calderón, Isabel de Contreras y las hijas de ambas, quienes tuvieron que enfrentarse a tempestades, piratas, ataques de los indios, prisión por parte de los portugueses y atravesar más de mil seiscientos kilómetros de selva.
La propia Isabel de Contreras, según cuenta la autora en el libro, fue asesinada por su marido Ruy Díaz de Melgarejo, en 1565. Al parecer la encontró a solas con Juan Fernández Carrillo, un clérigo que las había acompañado durante la expedición. Así que, como se puede constatar, lo que ocurre en la actualidad no es una moda pasajera, sino que viene de antaño y que, por supuesto, hay que erradicar.
Sin embargo, Mencía de Calderón fue una de las precursoras de lo que llamamos hoy en día ‘igualdad de oportunidades’. La autora del ‘Corazón del océano’ me explica:
“De hecho, a la muerte de su esposo, Juan de Sanabria, Mencía asumió el papel de ‘adelantada’. Pero como las leyes de la época impedían que una mujer fuera la titular del cargo, se apeló a ‘un presta nombre’, ya que es lo que podía ser un jovenzuelo de diez y siete años, como era Diego de Sanabria, su hijastro. Con este subterfugio, esta valiente, inteligente y persuasiva mujer pudo hacerse cargo de la expedición. Una tarea que se encomendaba a hombres muy capaces”.
Las distintas calamidades como los ataques de pirata, tormentas, peste, etc. Fueron sufridas en la época por hombres y mujeres. Pero, ciertamente, las féminas tuvieron que afrontarlas con una menor fuerza física e incomodidades propias de su sexo como la menstruación. Pero lo que las marcaba, e incluso las sigue marcando a la mujer actual, según la autora, es:
“El complejo de inferioridad intelectual con respeto a los hombres con el que eran educadas. Las mujeres vivían sujetas a la tutela de padres, hermanos, maridos o incluso hijos (cosa que aún le sucede a más de las tres cuartas partes de la población femenina del planeta). Tal como reflejo en la novela, la vida de las mujeres de la época es muy dura. Aún así, hubo mujeres que se sobrepusieron a tantos obstáculos y destacaron en la literatura, la pintura y otras artes”.
Esta afirmación me conmueve y le pregunto a Elvira si la mujer de hoy día, que también afronta todo tipo de vicisitudes, representa lo mismo:
“Sí. Incluso en el privilegiado mundo occidental, las mujeres tenemos que enfrentarnos a retos difíciles como criar a los hijos en solitario, con un empleo peor remunerado que los masculinos y, en muchos casos, con estudios insuficientes. Yo, que ahora tengo sesenta años oí, a los doce, que alguien le preguntaba a mi padre: ‘¿Para que estudia tu niña bachillerato si luego se casa y no sirve para nada?’. Esa mentalidad todavía perdura en algunos. Muchas mujeres tienen que hacer el esfuerzo de aprender un oficio o estudiar en la edad adulta porque no recibieron la formación adecuada en la infancia.