
Ha fotografiado la realidad de Sudáfrica antes del último Mundial de Fútbol; nos ha enseñado cómo se vive en las zonas más pobres de Sudamérica y ha vivido en primera persona las revoluciones árabes en Libia, Egipto, Túnez o Yemen. Hablamos de Samuel Aranda, un joven fotoperiodista español que lleva desde los 19 años denunciando con su objetivo la realidad de las víctimas de los conflictos bélicos y que ahora ha saltado a la fama por ser el ganador del certamen World Press Photo, con una imagen que nos habla de crueldad, pero también de ternura.
Enhorabuena por haber resultado ganador del World Press Photo. ¿Qué ha supuesto este hito en su vida?
El premio ha abierto la puerta a nuevos proyectos, pero la mayor recompensa es que se hable tanto de Yemen estas semanas. Mi trabajo es informar y documentar lo que sucede en el mundo; para mí ha sido un privilegio que le den esa importancia a la foto y, sobre todo, que tenga consecuencias positivas para ese país.
¿Nos puede contar la historia de esta foto?
La tomé el 15 de octubre de 2011 a la entrada de una mezquita que los manifestantes utilizaban como hospital de campaña. La protagonista es una mujer llamada Fátima que sostiene en sus brazos a su hijo Sahir, intoxicado por gases lacrimógenos. Me llamó la atención que, en medio del caos, era la única persona que no estaba llorando y que era capaz de mantener la calma.
Creo que la imagen ha sido escogida para el premio y ha tenido esta repercusión porque mucha gente, sobre todo las mujeres, pueden identificarse, al ver el cariño de una madre hacia su hijo. Es una imagen íntima, en contraste con la mayoría de las que hemos visto de las revoluciones árabes, con gente disparando en medio del desierto, con las que es más difícil identificarse.
Imagino que estos días usted, el fotógrafo, se ha convertido en la noticia. ¿Qué opina de que ahora usted sea más importante que la situación que refleja en la imagen?
A veces las cosas funcionan así. Ahora me dan un premio y de repente se descubre mi trabajo y paso a ser lo importante. Estoy agradecido, pero tengo muy claro que lo más importante es documentar lo que está sucediendo. Para mí lo más impresionante es que al día siguiente de que la fotografía recibiese el premio, fui a Yemen conocer a los protagonistas, Fátima y Sahir.
¿Cómo fue la experiencia?
Inolvidable, porque en Yemen la gente es fascinante. El nivel de hospitalidad y de gentileza es increíble. Estuve en su casa, donde viven más de 100 personas, a las que casi tuve que ir besando una por una. Les estoy muy agradecido y ellos también me mostraron su agradecimiento. Fue muy enriquecedor a nivel personal; desde entonces estamos en contacto telefónico.
Es importante que las personas que sufren sepan que hay alguien que se preocupa por ellos, ¿no es así?
Siempre me he encontrado con esa actitud en todos los sitios donde he trabajado. La gente no se siente invadida en su intimidad y, por el contrario, se muestran agradecidos de que estés ahí. Como no dejaron entrar a ningún periodista del país, me agradecieron especialmente que hubiera ido a Yemen a contar su historia.
Fotoperiodista casi por accidente
Con tan solo 32 años su trabajo le ha hecho viajar por todo el mundo cubriendo conflictos bélicos. ¿Qué le lleva a alguien a recorrer el mundo en busca de imágenes?
No sé hacer otra cosa. Soy muy malo haciendo fotos de estudio y tampoco podría estar en una oficina. Era la única opción que tenía. Me convertí en fotógrafo casi por accidente. Comencé haciendo grafiti que luego fotografiaba y un día el diario El País se interesó por una de mis fotos, la compró y fui consciente de que podía ganarme la vida con la fotografía. A partir de ahí, surgió todo como una rueda.
De todas las experiencias vividas en estos años, ¿cuál guarda en su retina con más intensidad?
Estoy muy enganchado a lo que sucede en Oriente Medio y creo que aquí tenemos una percepción del mundo árabe muy distorsionada de la realidad. Cuando estás sobre el terreno, ves su concepto de familia y hospitalidad hasta unos niveles increíbles.
En Pakistán recibí la mayor lección de mi vida. Fui al interior del país a hacer un reportaje sobre unas minas y, al llegar al pueblo en cuestión, el jefe de estación de trenes me alojó en su casa. Este hombre, que era extremadamente pobre, cogió 10 días de vacaciones para estar conmigo, me hizo de traductor, lo pagó absolutamente todo y el día antes de marcharme, cuando le pregunté cuánto tenía que pagarle, me dijo que ahora éramos amigos y que no me podía cobrar. Cuando insistí en ayudarle económicamente, se enfadó mucho conmigo y me dijo que ese es el problema que tenemos en Occidente, que no sabemos hacer nada sin esperar algo a cambio. Para mí fue una gran lección.
Ha trabajado en medios españoles como la Agencia EFE y ahora formas parte de la plantilla del New York Times. ¿Hay mucha diferencia en el trabajo que se le exige?
En New York Times he notado un gran cambio de concepto, porque trabajamos en equipo y propones temas que son apoyados, o no. Cuando llegué a Yemen les propuse mi modo de enfocar el reportaje y confiaron plenamente en mi criterio. En España he tenido suerte, porque siempre he podido publicar y lo sigo haciendo. Pero en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos y Francia, tienen una concepción de la imagen y de la fotografía muy fuerte y eso en España casi no lo he conocido.
¿Qué función cree que debe cumplir el fotoperiodismo?
Lo único que tenemos que hacer los fotoperiodistas es documentar. Lo más importante es lo que documentamos y no nosotros; esa tiene que ser una regla de oro y desgraciadamente hay gente que está en esta profesión para ponerse una medalla, algo que considero peligroso a nivel ético y de negocio.
¿Cuál es la imagen que aún no ha tomado y le gustaría tomar?
Me gustaría fotografiar la revolución en España; ser testigo de cómo la gente se levanta en nuestro país, quizá siguiendo el modelo de Islandia. Me gustaría ser testigo de cómo los jóvenes decimos basta a lo que está pasando.
¿Cuáles son los próximos proyectos que tienes en mente a corto y medio plazo?
Estoy en plena promoción del World Press Photo y estamos trabajando en un proyecto para documentar desde un punto de vista positivo los países en los que he estado este año: Túnez, Yemen, Libia y Egipto. Hablo de fotos sobre la vida cotidiana, de gente tomando un café y haciendo cosas normales, para romper con el cliché que se ha quedado este año de tanta violencia.
Me siento en deuda con los países que he documentado y puede ser bonito enseñar una imagen diferente y “normal” de la vida allí. Este proyecto nace de una foto que tomé en Yemen la semana antes de volver, en la que fotografié al típico islamista con sus hijos y su mujer en un Kentucky Fried Chicken comiendo una hamburguesa, en la que aparecen sonriendo y pasándolo bien.