
El 21% de los jóvenes consumidores de drogas es consciente de que sus hábitos pueden ocasionar graves problemas a largo plazo. Esta es una de las principales conclusiones que se extraen del estudio ‘Mismas drogas, distintos riesgos. Un ensayo de tipología de jóvenes consumidores’, realizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) en colaboración con la Fundación Especial Caja Madrid y la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas.
A pesar de que ese 21% lo sabe y lo cree de cara al futuro, el 34% de los jóvenes consumidores habituales encuestados dice que los consumos no le han ocasionado en el presente ningún daño. Tras esta opción se sitúan los que señalan dificultades que podrían atribuirse a consecuencias “instrumentales” del hábito: problemas económicos (28.1%), conflictos familiares (19.7%), de pareja (14%) o con los amigos (11.2%), y problemas legales (10.4%).
Además, problemas escolares (un 25% faltan a clase y un 8% va mal en los estudios), de salud (16.8%), accidentes (8.1%) y problemas psicológicos (7.6%) o laborables (6%).
Así, los consumos de drogas posicionan a estos jóvenes en un panorama de conflictos de los que se puede extraer la conclusión de que el impacto negativo de los consumos no es tan desdeñable como estos consumidores apuntan, ni resulta (al menos de momento) tan catastrófico como la percepción social teme.
Un universo muy específico
En este punto, aclaramos que se trata de un estudio con una muestra muy específica: un grupo de jóvenes de entre 18 y 25 años que consume drogas de forma frecuente y abundante, en comparación con la población en general, y que en consonancia con sus actos, tiene una buena imagen del consumo y una forma despreocupada de aproximarse a las drogas y sus riesgos.
Precisamente por lo específico del grupo de jóvenes analizado, los resultados y conclusiones del estudio no se pueden extrapolar a la población de esta misma edad en general y se refieren única y exclusivamente a este colectivo en concreto, intencional, cuyas posturas no dejan de ser minoritarias entre todos los jóvenes de nuestro país.
Una vez aclarada la cuestión, con este ensayo se trata de dar respuesta a preguntas como si son iguales todas las posturas de los consumidores de drogas ante el consumo; o en base a qué factores se producen las diferentes posturas al respecto.
Entre la frivolización y el catastrofismo
Las consideraciones sobre las drogas encajan con la tónica de la predisposición general a la experimentación: drogas como un bien de consumo como cualquier otro, respecto al cual se tiende a naturalizar la relación, y que se asume como un elemento cotidiano más, en una sociedad que debe ser estimulante y en la que la gratificación se busca en un contexto de riesgo global.
Así, algo más del 60% está bastante o muy de acuerdo con la idea de que “se pueden usar drogas, pero hay que tener cuidado con ellas”; también existen acuerdos altos (entre el 30 y el 40%) respecto a que “las drogas tienen riesgos, como todo lo que merece la pena en la vida”, a que “los riesgos de consumir drogas se pueden controlar” y a que “en la vida hay que probar de todo, también drogas”.
No obstante también es alto el porcentaje (alrededor de uno de cada tres) de adhesión a “usar drogas tiene demasiados riesgos, es preferible evitarlas”; lo que no deja de ser sorprendente en una muestra de este tipo.
Conclusiones para adaptar las estrategias de prevención
Es absolutamente necesario plantear estrategias que se anticipen a la prevención de drogas y enfocarlas a cada individuo en concreto. Esta es una de las conclusiones generales que se extraen de este ensayo, de cara a planificar y adaptar las actuaciones encaminadas a la prevención.
Según arrojan los datos de este estudio, el grupo de consumidores pesados presenta un significativo número de problemas de todo tipo y una parte de ellos, uno de cada cinco, espera tener problemas graves en el futuro, sin que eso modifique su disposición al uso de drogas.
Y pese a la existencia clara de problemas, habría que convenir que no son ni tantos ni tan graves como la percepción colectiva atribuye a consumos de esa naturaleza e intensidad.
Por otra parte, los mayores niveles de riesgo parecen centrarse en los sujetos con actitudes existenciales marcadas por el egoísmo, la despreocupación por todo lo exterior y la fantasía de instalarse en una vida parecida a una “fiesta perpetua” sin dificultades ni compromisos. Estas actitudes se combinan con los consumos más intensos y frecuentes de las drogas menos “normalizadas”.
Y otra de las, a nuestro juicio inquietantes, conclusiones es que se puede consumir, aunque de forma más prudente y los productos más aceptados (alcohol abusivo y cannabis) cuando lo que resalta es la dimensión de amenaza con que se viven las drogas. En estos casos, el motor del consumo parece ser la convicción de que es una condición para la integración. Es decir, se consume, pese a que se haga con cierto temor, para “ser normal”.