El consumo, ¿una droga?

He asistido al Congreso “Familias y Globalización”, que se ha celebrado en el Auditorium de la ONCE (Paseo de la Habana, 208), organizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y el Ministerio de Educación, Política Social y Deporte.

No es la primera vez que la familia es objeto de reflexión y estudio en los congresos de la FAD. Se había analizado el estado de la institución, la situación de las familias con respecto a cambios sociales, sus relaciones internas, pero, en esta ocasión, han ido más allá y han abierto el enfoque a una perspectiva más global.

De las jornadas en el congreso, en el que también colaboran otras entidades como la Obra Social Caja Madrid, fue muy interesante la intervención del filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky, que habló de un aspecto muy relacionado con la legendaria institución: el consumo.

Lipovetsky afirmó que:

“En nuestras sociedades, el consumo funciona como una droga, es una experiencia banal, que permite romper con la rutina diaria, intensificando el presente. Una experiencia que, en definitiva, es completamente sintónica con los valores sociales predominantes: hedonismo y presentismo”.

En su opinión, las consecuencias más amargas del hiperconsumo son:

 «Los fenómenos ligados a la liberalización patológica: ‘fashions victims’, compras compulsivas y prácticas adictivas de todo tipo, aparte de trastornos alimentarios como bulimia u obesidad».

O lo que es lo mismo: un adicción más pero sin sustancia estupefaciente por medio.
  
Para el filósofo, esta nueva forma de consumir se ha configurado como rasgo definitorio fundamental de la sociedad actual:

 «Hasta entonces se consumía por necesidad, pero a partir de los años 80 se consume por placer. Ahora el consumidor vive hipnotizado por los escaparates. Incluso los menos favorecidos socialmente son hiperconsumidores».

Ante ello,  concluyó que:

«La pobreza se vive como una experiencia, por encima de todo, humillante».