La corrosión del mar

Todo tiene un límite y el mar, los océanos, también. No son tan grandes como parece, al menos tanto como para absorber con facilidad la basura, los desperdicios, el CO2, los residuos, todo el desecho que proviene de lo que el hombre usa (y abusa).

La acidificación es una consecuencia de la capacidad que tienen los océanos de absorber grandes cantidades de dióxido de carbono: aproximadamente un tercio de las que el hombre emite hacia la atmósfera por el uso de combustibles fósiles. Actualmente, los océanos absorben cada año unos 8.000 millones de toneladas de CO2, evitando así que vayan a parar a la atmósfera. 

Y con el ritmo actual, las cosas empeoran de manera vertiginosa. Así pues, entre otros males, esta acidificación de los océanos por la absorción de CO2 se está acelerando «a un ritmo desconocido» hasta el punto de que, para el año 2030, las aguas meridionales empezarán a ser corrosivas, por ejemplo,  para los caracoles superficiales.

La UNESCO ha alertado de que los caparazones de estas especies constituyen una de las fuentes principales de alimento del salmón del Pacífico. Si llegan a escasear o desaparecer en algunas zonas, tendría repercusiones en la especie y, por consiguiente, en la industria salmonera. La acidificación amenaza también a los arrecifes de coral, que albergan al 25% de las especies haliéuticas del mundo.

También según indica la Unesco, desde los comienzos de la Revolución Industrial, la acidez de los océanos ha aumentado en un 30%, incremento «100 veces más rápido que cualquier modificación anterior de la acidez del agua marina ocurrida en millones de años».