
*Artículo escrito por Pedro García Gallego, del equipo de proyectos educativos de Obra Social Caja Madrid.
¿Qué pasaría por tu mente si tuvieras la imperiosa necesidad de hacerte entender y no pudieras? A los que podemos comunicarnos con normalidad nos cuesta mucho imaginarnos un escenario así. No es fácil ponerse en la piel de alguien como el protagonista de esta historia y mucho menos tratar de pensar y sentir como lo hace el.
La empatía, en general, es un ejercicio muy sano y necesario pero poco habitual que en casos como el de Arturo, probablemente, genera mucho rechazo.
Los médicos se equivocaron en el pronóstico de Arturo, pero cuando sus padres escucharon que la esperanza de vida de su hijo no pasaría de los cuatro años, el impacto fue demoledor. Sin embargo, lejos de venirse abajo y rendirse, una vez encajado semejante golpe, los padres de Arturo lucharon desde el primer momento en tratar de mejorar su calidad de vida y de ofrecerle el mejor futuro posible. Y así fue como llegó al Centro educativo Ponce de León, buque insignia de Obra Social Caja Madrid en el ámbito educativo.
Arturo se escolarizó en el curso 1996-1997, en el aula de Atención Temprana, con tan sólo 2 años de edad. En ese momento presentaba un retraso evolutivo generalizado bastante acusado. Este alumno nació con sordera y con una afectación motriz, que se traduce en severos problemas en la zona izquierda de su cuerpo. Sus músculos faciales también sufren un evidente deterioro.
Los niveles de Arturo en relaciones afectivas eran muy bajos en sus primeros años en el Ponce como consecuencia de su grave afectación motriz que le dificultaba realizar signos, provocando con ello serios problemas en su comunicación con los demás.
Con el paso de los años, este aspecto se acentuó y apenas podía realizar signos de forma espontánea. Esa carencia de códigos de Arturo desencadenó en una conducta agresiva cuya consecuencia fue un rechazo generalizado por parte de otros niños, que evitaban pasar tiempo con él.
Sentado frente a Santiago, el padre de Arturo, reconozco a una persona serena, franca y optimista que agradece sinceramente el elevado grado de implicación que todo el personal docente y no docente ha tenido con su hijo.

Me recuerda las dificultades que atravesó Arturo durante los primeros años y la valentía del Ponce al asumir el reto de aceptarle. Se hace un punto de inflexión en la conversación y se ilumina la cara de Santiago cuando me habla de “negociar” y de la importancia del uso de los pictogramas
La posibilidad de «negociar» con Arturo cambio por completo su día a día y su conducta. Yo ahora sé cómo puedo negociar con el y eso a mí me da la vida.
Esta herramienta de comunicación se ha convertido en la solución al estrés al que se veía sometido Arturo. Ahora el chico si puede expresar de una manera clara sus necesidades y emociones.
Me llama la atención presenciar una clase de Arturo y observar la máxima concentración, respeto y orden que profesores, como Raúl, obtienen de alumnos que padecen sordera y otras dificultades cognitivas y físicas muy severas. “esto no siempre ha sido así” – me advierte Raúl – “que me ha costado lo mío conseguirlo, ¿eh?”.
Les enseña rutinas muy sencillas y refuerza todos sus aciertos dibujando en el puño de sus manos la figura de un pequeño trofeo “¿Has visto que premios tan baratos tenemos aquí?” me dice Raúl, mientras dibuja una copa en la mano de Arturo.

En la actualidad, Arturo tiene 17 años y se encuentra completamente integrado en el Ponce de León cursando la etapa de EBO (Enseñanza Básica Obligatoria).
Su ritmo de aprendizaje es óptimo, ya que se ha ido avanzando en todas las áreas. Tanto en el aula como en el gabinete de logopedia, la comunicación (comprensión y expresión) de Arturo se ha trabajado a través de lengua de signos y de pictogramas. Su evolución en los últimos años, según los responsables del Ponce, ha sido maravillosa.
Actualmente, es capaz de comunicarse con los compañeros de clase, los de otras clases, profesores, amigos y familiares a través de una gramática y vocabulario básicos. La agresividad de Arturo se ha reducido casi al 100%.
Los educadores que han trabajado con Arturo tienen algo en común; aman su trabajo. Por eso no se plantean, siquiera, otro tipo de trabajo ni ejercerlo en otro lugar distinto al Ponce de León.
Desde la fisioterapeuta Amaya, que podría optar a un trabajo más cómodo y mejor remunerado en una clínica privada, hasta educadoras como Carmen que ha estado en la escuela pública 5 años, pero que lleva más de 20 en el Ponce, entienden la educación con la entrega y el compromiso que se desarrolla en este colegio.
Carmen lo tiene muy claro:
Somos artesanos y cada niño es un libro para nosotros. Estos niños necesitan, como todos, sentirse aceptados y aquí les regalamos nuestra aceptación
Su compañera Raquel además tiene palabras de agradecimiento para sus alumnos, “ellos me enseñan lo lejos que se puede llegar cuando alguien se entrega por completo”. Otra de las educadoras con más experiencia en este centro, Ana, me aclara que “estos niños te enseñan a mirarles de otro modo, a ver más allá” y además en un alarde de humildad desmitifica la figura del educador, “no deja de ser una profesión como otra cualquiera”.
Todos los educadores me dejan muy claro que los verdaderos héroes en toda esta aventura educativa, son los propios alumnos y sus padres. Ellos tan sólo se consideran la herramienta o el vehículo que los niños utilizan para su propio desarrollo y saben que hay muchas horas que se comparten fuera de la escuela tan importantes, o más, como las que se viven en horario lectivo.
Cuando encuentras un lugar en el que se fusionan la perseverancia, el afán continúo de superación y el cariño,… ¿alguien sabe donde puede estar el límite? En el Ponce, probablemente, se puede encontrar la respuesta.