
El pasado 20 de abril un terremoto de 7 grados en la escala de Richter asolaba las comunidades de la provincia del suroeste de China Sichuán, dejando a miles de familias enteras afectadas. Muchas, se encuentran ahora viviendo en tiendas de campañas y refugios temporales, suceso que no ha pasado inadvertido y ha despertado la solidaridad mundial una vez más.
Las catástrofes naturales se llevan por delante no sólo cosas materiales, sino sonrisas, ilusiones e incluso, muchas veces, vidas. Familias y niños ven cómo todo lo conseguido durante años con esfuerzo y sacrificio se desvanece en unos minutos, incluso segundos. Sin poder hacer nada por evitarlo, un terremoto, un maremoto o tornado, entre otros, llega y sus consecuencias son estremecedoras.
Por esta razón y para aportar todo lo posible, Unicef ha enviado recientemente ayuda a las comunidades más afectadas para apoyar especialmente a los más pequeños, para quienes las consecuencias psicológicas suelen ser enormes.
Equipamiento médico obstrético y neonatal, letrinas móviles, kits con los que testar la calidad del agua y material para poder establecer Espacios Amigos de la Infancia, donde tratan de paliar dicho estres psico-social mencionado que padecen tras la catástrofe. En todo se ha materializado la ayuda.
Después del terremoto, los padres suelen estar ocupados en salvar gente, levantar tiendas y solucionar los problemas de alimentación y de necesidades básicas. A menudo son incapaces de prestar a los niños la atención que necesitan
Así lo señalaba, recientemente, Yang Hai Yu, especialista en Protección Infantil de Unicef, preocupada y apuntando que el apoyo se necesita con urgencia, pues “todo lo que para ellos era familiar ha cambiado”.
Esta ayuda no es la primera que se envía a las zonas afectadas por parte de la organización, sino que se trata de una intensificación por parte de Unicef de los programas que ya llevan tiempo desarrollando de forma regular.
Ejemplos como éste son los que logran desconectarnos un poco de nuestro día a día y abrirnos los ojos, mostrarnos que nuestras pequeñas quejas diarias que, muchas veces se convierten en mundos para nosotros, no son más que nimiedades. Que hay gente sufriendo de verdad en el mundo, situaciones límite y desesperanza y que han de ser contadas para encender nuestro lado más solidario, porque lo tenemos.