José Antonio Marina nos habla sobre la educación de los jóvenes

Foto: Alberto Morales/Servimedia
Foto: Alberto Morales/Servimedia

Es uno de los pensadores españoles contemporáneos que más preocupación transmite por la educación de nuestros jóvenes. José Antonio Marina (Toledo, 1939) compagina su labor docente y filosófica con diversos proyectos pedagógicos –acaba de presentar el último, ‘Aprender a pensar’–. Además, ha publicado ‘La Conspiración de las lectoras’ (Anagrama), un homenaje a aquellas mujeres que en los años 20 y 30 del siglo XX hicieron grandes aportaciones a la cultura, la sociedad y la política de la época. Entre ellas, María Maeztu, Victoria Kent, Clara Campoamor o Zenobia Camprubí. Nuestra compañera Cristina Muñoz le ha entrevistado sobre esta obra que es toda una invitación a la reflexión.

  ¿Por qué decidió escribir La conspiración de las lectoras?

Hace unos años Carmen Martín Gaite me comentó que estaba muy interesada en recuperar la historia de las personalidades femeninas que aparecen en el libro. Sin embargo, falleció antes de poder llevarlo a cabo y pensé en realizarlo yo, ya que me pareció un tema muy interesante. Todas estas mujeres eran unas desconocidas y habían caído en el olvido, algo que me parecía muy injusto, puesto que tuvieron una influencia muy grande en cuestiones muy importantes, como, por ejemplo, la consecución de voto femenino en 1931. María Teresa Rodríguez de Castro –coautora del libro– y yo, hemos seguido su historia y hemos comprobado que en muchas ocasiones tuvieron una vida muy desarraigada de tristeza y de exilio que es muy interesante recordar.

¿Cuáles fueron las mayores aportaciones sociales de estas mujeres?Eran mujeres de distinta procedencia ideológica o religiosa que supieron colaborar en algo común, conspirar para adelantar el reloj de España, que estaba atrasado en cuanto a la educación de la mujer, su participación en la política o en el reconocimiento de sus derechos fundamentales. Tenían un gran talento, eran personas muy bien formadas, estupendas escritoras y poetisas y cuando se estableció la República la mayor parte de la prensa española reconoció el papel que habían tenido. Por ejemplo, la abogada Victoria Kent fue durante aquella época el símbolo de lo que sería la mujer moderna. Fue una de las primeras diputadas que ha habido y además fue la primera mujer que tuvo un cargo de director general dentro de un ministerio, –directora general de Prisiones–, y fue pionera en toda Europa como abogada defensora ante un Tribunal Militar.

Han clasificado a estas mujeres en varios grupos: las vanguardistas, las denominadas ‘maridas’ y las que destacaron por una fuerte influencia en política, ¿en qué se diferenciaban?

Las vanguardistas eran las más jóvenes, muy rompedoras y más bohemias que las demás. Entre ellas se encontraban Concha Méndez, Ernestina de Champourcín o Maruja Mallo. Por otra parte, estaban las ‘maridas’, que eran las que no habían destacado realmente en nada por ellas mismas pero sus maridos eran muy importantes. Estas querían tener una vida independiente y en el Lyceum Club Femenino, tenían toda una serie de actividades, culturales, artísticas o políticas que les permitían separarse de la condición de ‘maridas’ y les permitía acercarse a las nuevas corrientes sociales. Claro, que hay excepciones, como Zenobia Camprubí, ‘marida’ de Juan Ramón Jiménez, y María Teresa León, esposa de Rafael Alberti, que habían escrito su propia obra y brillaban con luz propia. Además, había otro grupo muy importante formado por personas que llevaban una intensa actividad política, como María de Maeztu, Victoria Kent o Clara Campoamor.

¿Cuándo comenzaron a influir realmente sus ideas en la sociedad y la política?

Fueron la generación decisiva. Sin embargo, el franquismo las silenció e hizo que la legislación, la sociedad, la historia se olvidara por completo de ellas. La Transición supuso su triunfo póstumo porque la democracia era justo la recuperación de lo que ellas dijeron e hicieron. La democracia ha sido el triunfo de sus ideas, ero 50 años después.

¿Qué queda de aquel espíritu de estas mujeres en las actuales?

A mí me gustaría que quedara más, porque había mucho de ellas en las mujeres que intervinieron en la Transición, que hoy tienen 50 ó 60 años; sin embargo, a sus hijas o sus nietas no les interesa mucho esto. Las nuevas generaciones, salvo unos colectivos feministas muy escasos, creen que ya hay igualdad entre hombres y mujeres y no tienen que hacer ya nada. En todo caso, les preocupa no tener el mismo sueldo que sus compañeros, pero no ven un problema feminista. Además, se están reproduciendo en este momento en gente muy joven comportamientos machistas que tenían que ser pasados. Habría que replantearse todo por lo que estas mujeres lucharon porque parece que ya se ha olvidado.

Quizá las jóvenes se han ‘acomodado’ en cuanto a la forma de vida…

Sí, y lo que ocurre es que las chicas de hoy en día se preocupan por copiar los comportamientos de los chicos (que no son especialmente fantásticos) y lo que están es metiéndose en una especie de barullo. Creen que la igualdad se basa en tener los mismos ligues que los chicos, lo cual no es para echar las campanas al vuelo. Esta idea confusa creo que hace que las chicas salgan perjudicadas. Deberían recuperar el sentido crítico que tenían las mujeres que formaban el Lyceum. 

¿Cree que las generaciones jóvenes están perdiendo los valores?

Sí. Se sienten muy defraudadas sin haberse comprometido. Noto que tienen muy poca confianza en las cosas. Por ejemplo, más del 90 por ciento de mis alumnos piensa que lo mejor es una relación de pareja estable, pero que como es tan difícil no la esperan. Hay una especie de decepción aceptada y asumida. Deberían tener expectativas más altas porque si no todo acaba en un desánimo que es muy triste ver en gente joven. Tienen que llevar una vida cómoda, pero a la vez noble, creadora. Es una generación muy sumisa cuya rebeldía es simple apariencia. Tienen una sumisión absoluta a las modas. Si se pone de moda el botellón o enseñar el ombligo van todos de cabeza. Me gustaría que tuvieran más sentido crítico, unas expectativas más altas y una conciencia clara de que tienen más posibilidades de las que creen.

¿Qué se debería hacer para cambiar esa mentalidad?

Yo creo que es cuestión de educación. Es muy complicado cambiar estos hábitos, pero la culpa es de los adultos que les damos una visión de la realidad absolutamente miserable. Habría que llamarles un poco a la rebeldía crítica para darse cuenta de que deben aprovechar las oportunidades. Y hay que hacérselo ver en la escuela, en casa, en los medios de comunicación… Hay una frase que yo repito mucho, “para educar a un niño hace falta la tribu entera”. No se puede dejar en manos de unos, es parte de todos, ya que a todos nos va a afectar la educación de esos niños. Claro que organizar una tribu es muy complicado, pero es muy necesario. 

El último proyecto educativo en el que colabora, Aprender a pensar, es un portal de Internet donde profesores y alumnos pueden discutir y reflexionar sobre diversos temas. ¿Cuál es su objetivo?

Como le decía, necesitamos un cambio en el sistema educativo ya que, se ha olvidado una competencia básica, que  hay que  aprender a pensar y hay que aprender a pensar críticamente para no convertirnos en una especie de borregos sumisos. Hace unos días se publicó una encuesta en la que se decía que más del 40 por ciento de la población española de más de 24 años no entendía los argumentos del editorial de un periódico. Esto hace que la sociedad no entienda el debate público y se guíe por las opciones políticas a base de mensajes muy pequeños, sin argumentación, de consignas y eslóganes. Esto hace a la sociedad muy vulnerable, porque la sociedad debe regirse por argumentos, no por una publicidad promocional.

Según esto, ¿cree que nos encontramos ante una sociedad ‘inteligente’, término que usted estableció como “aquella cuyos ciudadanos manejan bien su conciencia, razonan, argumentan y atienden los argumentos de los demás”?

Yo creo que, en este momento, no. La inteligencia de las sociedades viene y va. La sociedad española fue muy inteligente durante la Transición, cuando había  un problema muy serio y muy difícil y los supimos resolver, pero desde entonces hemos tenido más capacidad de plantear problemas que de resolverlos, lo cual es una demostración del fracaso de la inteligencia. La mayor parte de los problemas políticos que tenemos ahora ya se resolvieron en su día y no tenían que haberse vuelto a plantear. La sociedad lo está haciendo mal y esto ha producido el descrédito de la política, de los problemas judiciales y de las instituciones. A todos nos interesa vivir en una sociedad ‘inteligente’ porque permitiría que desarrolláramos mejor nuestra capacidad de enfrentarnos con la vida y los problemas.