Hoy la excursión me lleva a los hayedos del Parque Natural del Montseny, conocido por la belleza de sus paisajes y por su interés biogeográfico. Su proximidad con el área metropolitana de Barcelona lo ha convertido en enclave predilecto del excursionismo catalán. Alcanzo los 1.000 m. y, a partir de aquí, la presencia de hayas y abetos y la formación de nieblas delatan la existencia de un clima lluvioso y permanentemente húmedo en la zona. Estar allí, rodeado de niebla, envuelto en un mar de suaves luces y entre las sinuosas siluetas de los árboles, resulta algo casi mágico. Es una inspiración para todo tipo de leyendas, sobre todo para aquéllas que tienen a las aloges o dones d’aigua (personaje de la mitología catalana que se presenta como una ninfa de agua dulce) como protagonistas. Por debajo han quedado encinares, alcornocales y pinares, más propios de ambientes mediterráneos. En los siglos XVI y XVII, la impenetrabilidad de estas formaciones boscosas sirvió de guarida a bandoleros como Perot Rocaguinarda, conocido como Perot lo Lladre, o Joan Serra, el famoso Serrallonga. Hoy estos bosques son el refugio de una variada fauna, alguna de influencia centroeuropea como el tritón del Montseny (especie endémica de Catalunya), el lagarto verde, la víbora pirenaica, la liebre o el lirón. Otras como el jabalí, el zorro, la jineta, el petirrojo o el azor son más fáciles de ver en los encinares.
La protección de este espacio natural viene de lejos: en 1928, se instauró un Patronato del Montseny, pero no fue incluido por la UNESCO en la red mundial de Reservas de la Biosfera hasta 1978. En 1987, fue declarado Parque Natural y, en 2004, obtuvo la certificación de calidad en la gestión que otorga el Instituto para la Calidad Turística Española.
Fotografía: Santa Fe del Montseny, Barcelona. © Andoni Canela