Entrevistamos a Olga Rodríguez, reportera de guerra

Foto: Editorial
Foto: Editorial Debate

Olga Rodríguez es una de las valientes mujeres de occidente que no tiene miedo alguno a decir las verdades de lo que vive en sus viajes de trabajo como reportera de guerra. Especializada en el conflicto en Oriente Medio, hemos hablado con ella aprovechando la publicación de su libro «El hombre mojado no teme la lluvia» (Debate, 2009) donde narra, a través de pequeñas historias personales, una realidad que no todos quieren oír.

Has dicho que ejercer el periodismo es una forma de compromiso vital para ti. ¿Cómo te adentraste por primera vez en zonas de conflicto y qué te llevó a hacerlo?

Siempre me interesó la política internacional, porque en un mundo globalizado e interconectado como el actual, lo que ocurre en cualquier punto del planeta tiene repercusión en nosotros. Por eso, tras hacer la carrera de Periodismo, estudié en Estados Unidos para especializarme en información internacional, y en concreto en la relacionada con Oriente Medio. Poco después se produjo el estallido de la Segunda Intifada en los Territorios Ocupados Palestinos y me animé a viajar a la zona para ser testigo directo de lo que ocurría. Por aquél entonces yo elaboraba las noticias internacionales para Iñaki Gabilondo, con quien trabajaba en el programa Hoy por Hoy de la Cadena SER.

Después de aquello supe que quería dedicarme a viajar, a hacer reporterismo, un oficio fundamental para que la información no llegue a las sociedades de manera sesgada, ya que en los conflictos armados los bandos implicados se esfuerzan por impregnar de propaganda todo lo que ocurre.

En tu libro “El hombre mojado no teme la lluvia” le pones nombres y apellidos a conflictos de los que nadie quiere hablar. ¿Esa “personalización” que consigues hablando de personajes reales es quizá la que nos falta en occidente para entender y actuar?

Kapuscinski siempre decía que a través de las pequeñas historias cotidianas es como mejor se puede explicar la Historia con mayúsculas y yo he comprobado que sus palabras son muy acertadas, porque durante mis estancias en lugares en conflicto he podido entender mucho mejor lo que ocurría conociendo las vidas de personas que sufrían esos conflictos.

Como decía Lorca en un verso, “debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre”. Pues bien, debajo de las cifras, de las estadísticas, de los números, hay mujeres y hombres con nombres y apellidos, personas a las que es preciso poner rostro para no convertirnos en sociedades completamente deshumanizadas. En “El hombre mojado no teme la lluvia” cuento las historias de algunas de esas personas cuyas biografías contienen claves fundamentales para entender qué ocurre en aquella región.

En un mundo tan dividido como el de Oriente Medio y con tu experiencia tan cercana, ¿cómo haces para encontrar el justo equilibrio para escribir?

Foto: Editorial
Foto: Editorial Debate

Tengo una auténtica obsesión por alcanzar el máximo rigor, supongo que como cualquier periodista. Repaso una y otra vez todo lo que escribo, contrasto con varias fuentes, etc. Procuro ser objetiva, pero eso sí, huyo de la equidistancia. La equidistancia es una trampa y yo, como periodista, como suministradora de un servicio público –la información- debo asumir un compromiso moral.

Ese compromiso moral me impide ser equidistante: no se puede colocar en el mismo nivel a un violador que a una violada, no es lo mismo un explotador que un explotado, ni un invasor que un invadido, ni un opresor que un oprimido. Si estás hablando de un nazi no puedes mostrarlo de manera aséptica. Del mismo modo, si estás hablando de un Ejército que viola de manera sistemática todas las resoluciones de Naciones Unidas, como es el Ejército israelí, tienes que decirlo, no debes ocultarlo. De lo contrario estás ofreciendo un punto de vista sesgado.

¿Te ha ocurrido ver cómo informaciones esenciales se quedaban sin ser publicadas, en el tintero, por falta de interés de los medios o de la demanda de los lectores?

Sí, ocurre continuamente. Son muchos los hechos importantes que ocurren en el mundo que no son publicados. Se considera noticia solo a aquello que es excepcional. Lo que ocurre todos los días o muy a menudo no sale en los medios de comunicación, y de este modo que más de mil millones de personas pasen hambre en el mundo no es noticia, porque es algo que ocurre todos los días.

O que casi todos los meses mueran civiles a causa de ataques de la OTAN en Afganistán u otros países tampoco se considera noticia, porque es algo que pasa a menudo. Eso es una grave equivocación, porque así los medios no siempre trazan un dibujo claro de lo que es este planeta. Del mismo modo, hay muertos de primera y muertos de segunda. Tenemos la mala costumbre de considerar noticias sólo aquellos asuntos relacionados con nosotros. Es decir, se habla de Yemen solo cuando mueren asesinados españoles en ese país; así nunca entenderemos qué ocurre en Yemen y quiénes son aquellos que se dedican a matar a extranjeros allí, ya que falta contextualización.

Pero no creo que esto se deba a la demanda de los lectores. Se debe más bien a una idea que se ha instalado entre los directivos de los medios de comunicación, que piensan que a mayor entretenimiento, a mayor número de noticias “amables”, mayor número de lectores o espectadores. Estoy convencida de que si se hiciera un trabajo periodístico responsable, ofreciendo información de gran calidad, las sociedades estarían interesadas y responderían.

¿Y esto a ti como reportera qué te parece?

Como reportera vivo todo esto con gran frustración. Es muy duro estar frente a una pila de cadáveres o frente a madres huérfanas de hijos y que al otro lado del teléfono te digan que no puedo contar nada de eso porque “no cabe”, porque el espacio lo ocupan las declaraciones de algún político de turno. Los poderosos disponen de un altavoz diario mientras que los más débiles no tienen modo de hacer oír su voz. Y ese el trabajo que nos corresponde a los reporteros: equilibrar la balanza, dar voz a quienes no la tienen, huir de la uniformidad de la información.

¿Cuáles son para ti las claves que fallan para que el conflicto árabe-israelí se resuelva?

La solución es muy sencilla. Lo que falta es voluntad. Solo haría falta que Israel cumpliera la ley internacional y las resoluciones de Naciones Unidas, es decir, que se retirara del territorio robado a los palestinos, que dejara de aplicar políticas discriminatorias a la población palestina, y que permitiera el regreso de al menos un porcentaje importante de los refugiados palestinos expulsados de sus hogares en el pasado.  A partir de ahí gran parte de los problemas se desbloquearían. Pero mientras la sociedad palestina siga estando asfixiada al otro lado del muro, seguirá produciéndose una radicalización de algunos sectores de la misma.

¿Los prejuicios que existen en occidente sobre muchos países árabes te parecen justos? ¿Qué crees que se pierde occidente de estos países, sus gentes, sus costumbres?

Existen ideas equivocadas sobre la población árabe. Esto se debe en parte a la ignorancia que existe en torno a ese mundo. Y me temo que una parte de la responsabilidad la tienen los medios de comunicación, que crean estereotipos y estigmatizan a la población árabe y musulmana. Se habla a menudo de fundamentalismo islámico, pero solo un porcentaje mínimo de la población musulmana es fundamentalista. Sin embargo no se habla casi nunca del fundamentalismo judío, que existe en una proporción también mínima, pero que sus características son igual de escalofriantes que las del fundamentalismo islámico.

A veces en los propios medios de comunicación se oyen falsedades o equivocaciones tremendas, como que Afganistán o Irán son países árabes, lo cual es falso, o se dice que todos los palestinos son musulmanes, a pesar de que hay palestinos cristianos. Deberíamos valorar más la cultura árabe: en esas sociedades apenas existe la soledad, ese mal que asola a Europa. Son sociedades generosas, hospitalarias, que rinden culto a la conversación, a la amistad, a la poesía.

¿Te llevas amigos de cada viaje y experiencia que realizas?

Sí. Cuando vives situaciones tan duras como las que se viven en una guerra estableces lazos de unión que jamás se rompen. Mantengo contacto con buena parte de las personas que conozco en mis estancias en la región. Y gracias a eso, además de ganar amistades que me aportan mucho a nivel personal, puedo hacer un seguimiento muy interesante de sus vidas, un seguimiento que he plasmado en “El hombre mojado no teme la lluvia”. Es muy interesante comprobar cómo, por ejemplo, hay personas que tras vivir situaciones extremas, tras perder a seres queridos y sufrir torturas, se arrojan a los brazos de la religión y se aferran a ella como a un clavo ardiendo, supongo que por la necesidad de mantener la fe en algo después de haberla perdido en el ser humano.

¿De todos tus viajes y vivencias, ¿qué te gustaría olvidar para siempre y qué te gustaría recordar siempre?

No quiero olvidar nada y quiero recordar todo lo que he vivido y lo que han vivido otros. La memoria es lo único que tenemos. Los seres humanos somos memoria, eso es lo que nos diferencia de los animales. A pesar del dolor que me han causado algunas vivencias (como presenciar la muerte de inocentes, de niños o incluso de compañeros de trabajo), no quiero olvidar nunca las injusticias que he contemplado, las injusticias que sufre buena parte de la población de este planeta. Solo si las tenemos en cuenta podremos corregir el camino de nuestro futuro.