Las discapacidades del 11-M

Foto: Jorge Villa
Foto: Jorge Villa

Hoy es 11-M, y creo que todos inevitablemente pensamos en este día por mucho que pase el tiempo, en aquel atentado que sacudió Madrid en el 2004 y que dejó 192 muertes. Pero de lo que poco se habla, es de todas aquellas personas que, a causa de aquella brutal tragedia, sufrieron alguna discapacidad física, psíquica o sensorial y que arrastran todavía a día de hoy.

Hemos querido recoger los testimonios de la revista Perfiles, una de nuestras publicaciones en Servimedia. Víctimas directas del atentado nos cuentan su experiencia, así como una experta psicóloga nos da su punto de vista.

AQUELLA MAÑANA…

Es secretaria de la junta directiva de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo. Aquella mañana de hace seis años se encontraba en el tren que explosionó cuando llegaba a la estación madrileña de Atocha. Mónica Sánchez era auxiliar administrativa y estaba embarazada. Despertó meses después y su vida había cambiado: el bebé no llegó a nacer y, como otras víctimas, sufría hipoacusia, una discapacidad que afecta al oído.

Esta lesión impide hacer una vida normal.

“Lo tienes que decir: yo con 34 años tengo una invalidez total, porque tuve la mala suerte de que me cogió el atentado del 11 de marzo y debido a eso me ocurre todo esto. Y, claro, ¿quién te va a contratar? Si va otra persona que no tiene esas dificultades y sabe lo que tú, le dan el puesto”.

La asociación a la que pertenece Mónica trata de concienciar a sus miembros de que tienen que aprender a defenderse ante la cruda realidad.

“Yo tengo esa discapacidad y no me siento útil en la sociedad. ¿Con qué agravante? Con el estigma de que soy víctima de terrorismo. Tú naces sordo o coges una enfermedad de pequeño y es otra psicología distinta a la de despertarte un día de un coma y darte cuenta de que estás sorda y que además tu entorno no se habitúa”.

CÓDIGO DE MANOS

IMagen de Mónica con su marido utilizando la lengua de signosPor eso se ha puesto manos a la obra. Aunque lleva audífono y sabe que para entenderse con cualquier persona debe hablarle de frente, desde hace un tiempo acude a clase de lengua de signos en la Asociación de Sordos de Madrid, gracias a un convenio con la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo. A cada lección le acompaña su marido, y ambos tratan de enseñar a sus hijas esos códigos de manos con los que se comunica su mamá.

Sueña con que un día podrá contar a sus tres niñas lo que pasó –“Tienen una madre sorda por culpa de un atentado”– y con que si le ocurre a alguien lo que a ella no se encuentre con las mismas dificultades. Confiesa que la gente le dice que va ‘de víctima’, pero defiende que no es que ‘vaya’ sino que es una víctima, y eso “conlleva un trauma, un estigma para toda la vida porque han intentado matarte”.

Con sus adaptaciones para oír, cada jornada es para Mónica una oportunidad de vencer el daño que llegó con aquella mañana, pero también es una invitación a ayudar a otros. La asociación trata de mejorar la vida de casi 1.400 víctimas de aquellos atentados:

“Tramitamos cualquier necesidad a cualquier víctima de terrorismo, desde un audífono hasta una prótesis de amputado, un corsé para una persona que se rompió la espalda, ayudas a manutención, para comedores y libros de texto”.

Pero en la asociación preocupa también la situación de “cuantísimas familias de inmigrantes” víctimas de los atentados, que con la crisis tienen más dificultades.

“Ójala pudiéramos ir haciendo más, pero no es así: todavía tenemos muchísimos heridos que tienen muchos problemas; un sinfín de secuelas que se agravan con el paso del tiempo; víctimas que están peor que antes”.

SECUELAS FÍSICAS

IMagen de Raquel Gómez, víctima del 11-M el día de su bodaLos toreros dicen que las cornadas de espejo son aquellas que les recuerdan todos los días que una bestia quiso matarles. Raquel Gómez tiene 36 años y es una de las víctimas del 11-M con la que se cebó el parte médico. Sufre la amputación de la pierna izquierda por encima de la rodilla, también tiene afectado el brazo izquierdo, se ha sometido a operaciones del oído izquierdo –aún le molestan los pitidos–. Tiene problemas de circulación en la pierna derecha porque perdió masa muscular en la explosión y por ello pasó tres veces por el quirófano…

Seis años después, los cambios de tiempo llegan en forma de dolor, pero también de buen humor. Raquel desafía al invierno en la sierra oeste de Madrid, donde vive ahora, quejándose de un simple constipado. Su día a día trascurre “¡de médicos!”, bromea esta joven que tuvo que aprender a apañárselas con las prótesis y las muletas.

Aquel jueves Raquel pudo no coger el tren al menos en dos ocasiones. Pero era su destino, parece tenerlo muy asumido. Vivía con sus padres en la zona sur de Madrid, estaba soltera y trabajaba en un hotel como camarera de piso:

“Y al pasarme esto me dieron la incapacidad permanente total. Y me saqué en Fremap un curso de informática, porque yo quería volver al trabajo, aunque no iba a hacer lo mismo. Me ofrecieron trabajar y duré 15 días. Tenía que coger el metro, el autobús y la depresión que no había tenido tras el atentado… Se me vino el mundo abajo cuando cogía el metro, y lo tuve que dejar”.

Sus padres tenían un chalet en la sierra madrileña, en un pequeño pueblo donde solía ir desde pequeña todos los fines de semana y en las vacaciones. Raquel recuerda con alegría:

“Estaba soltera. No tenía novio y el 11 de marzo pasó esto y en agosto le conocí. Nos conocíamos de vista pero nunca habíamos hablado y a raiz de lo que me pasó se acercó a preguntarme que qué tal y… ¡Pues mira! Ya llevamos dos años casados. Fue rápido”.

En su condición como persona con discapacidad matiza que “al principio” sí  que tuvo que “luchar un poco contra el estigma”, pero estaba rodeada de gente que le ayudó. Por ejemplo, sus amigos contribuyeron a vencer muchos obstáculos.

“No me hacen sentirme discapacitada. Algunas veces nos hemos ido a la playa y me hacen ir por sitios que me dicen ¿cómo puedes? Primero me prueban a ver si puedo. Pero como aquí ya nos conocemos todos no me preocupa. Aunque al principio a la gente les daba mucho apuro acercarse a preguntarme».

Ahora, que sabe lo que es una amputación, revindica más accesibilidad en los espacios públicos, “que arreglen un poco más las calles”. Es consciente que hace seis años perdió “un poco la independencia”, pero que ahora entiende “por qué la gente con problemas de movilidad se queja. La gente fue solidaria con el 11-M pero que sea solidaria con las personas con discapacidad”.

Seis años después, vuelve a plantearse un nuevo reto, el de ser madre, para que al igual que ella hace en terapias de grupo con otras víctimas, donde da “ánimos”, alguien ponga un poco de esperanza y alegría en sus días. Pues Raquel, esa chica que se casó en Atocha con su novio del pueblo, aún pasa por horas bajas y se lo recuerda aquel cornadón. Hay días en los que necesita llorar y desahogarse cuando piensa en lo que hubiera pasado si no hubiese cogido aquel tren. Pero, como dicen los toreros, el valor es el paso siguiente al miedo.

LA PSICÓLOGA

Silvia Álvarez Ruiz trabaja en la Coordinación de la Atención Psicológica de la Asociación 11-M. Cuando ocurrieron los atentados se encontraba en el Servicio de Psicología de la UNED, institución que de inmediato prestó apoyo a todo aquel paciente afectado directa o indirectamente por el 11-M que lo requiriese. Ahora toda esa atención forma parte de un proyecto de “revaluación” para ver cómo están las víctimas de los atentados, pero también para estudiar a sus familiares “aunque hayan pasado ya seis años”, incide. Desde que comenzaron con esa revaluación, en julio de 2009, ya han pasado consulta unas 200 personas. Quedan muchas más de mil.

“Tienen todo tipo de síntomas. Los más característicos son de estrés postraumático y de disociación y hay muchísimos problemas de memoria. Muchos de ellos, a día de hoy, tienen síntomas como si el atentado hubiera sido hace una semana. No han evolucionado absolutamente nada”, explica la psicóloga. Y toda la gente que no ha mejorado es porque no ha recibido “ningún tipo de tratamiento a nivel de salud mental, ni psiquiátrico ni psicológico”.

Peor aún, pues muchos de los ciudadanos que sufrieron el 11-M han agravado al no recibir un tratamiento adecuado ni un apoyo por parte de familiares, amigos o la sociedad. ‘Los síntomas se han agudizado directamente hacia su autoestima, a no encontrar trabajo, a perder amigos o parejas’, enumera esta especialista que trata a todo tipo de personas. Por su consulta en la asociación pasan desde niños de cinco años hasta pacientes de 85, siendo las edades consideradas “críticas” las que están en torno a los diez, los 20 y los 40 años.

De entre todos los pacientes, Silvia muestra especial preocupación por los más pequeños. “A los niños se les ha tenido un poquito olvidados. No han prestado atención a que ellos también han vivido junto a sus padres o hermanos secuelas psicológicas o heridas físicas. No se les ha tenido en cuenta porque se les ha apartado y tienen muchísimas cosas que decir”, denuncia.

HERIDAS MENTALES Y FÍSICAS

Silvia Álvarez Ruiz reconoce que las heridas psicológicas mal curadas pueden derivar a otras físicas. De hecho, a muchas víctimas se les han “disparado” los síntomas con otros “colaterales”, entre los que se puede hablar de discapacidades físicas, los citados problemas de memoria, accidentes o, incluso, “muchísimos cánceres”.

El gran desconocimiento que hay en la sociedad respecto a la enfermedad mental conduce a situaciones como que gente que trabajó en Ifema, en la identificación de los cadáveres de los atentados, tenga síntomas “exactamente iguales que si hubieran estado en el tren”.

Quizás por eso, muchísimas víctimas no quieren oír hablar de psicólogos ni de 11-M ni de nada similar, lo que para expertos como Silvia es un auténtico error:

“No es lo mismo verte una herida en la mano, que se puede palpar, que sentir el malestar. Mucha gente lo oculta, lleva una sonrisa puesta en la boca porque le parece que tiene la obligación, después de seis años, de aparentar que no pasa nada. Es más, en su entorno les obligan a ello diciéndoles que parece mentira que después de seis años no hayan superado esto. Y no es cierto. Es que los síntomas si no reciben tratamiento no se curan”.

Ocurre con el mencionado trastorno de estrés postraumático, que con el paso del tiempo, lejos de mejorar, empeora.

“Hay muchísimos recuerdos,  imágenes, sueños, la sensación de que esto volverá a suceder, el miedo, la evitación… Hay gente que todavía no ha conseguido ni siquiera acercarse a la estación y ni mucho menos montarse en un tren y ni siquiera se lo plantea”, confiesa Silvia. Las agorafobias y las claustofobias se han disparado entre sus pacientes y en fechas como las navidades o cada llegada del mes de marzo aumenta el malestar de las víctimas al ver las luces, extrañar la falta de familiares y escuchar el ruido de un petardo. Todo ello, dice la psicóloga, “hace revivir o experimentar lo que pasó hace seis años”.

Menos mal que de vez en cuando hay buenas noticias en la coordinación de atención psicológica de la Asociación del 11-M. Aunque “lamentablemente” queda mucho por hacer porque son muchas personas las que pertenecen a este colectivo

“al que especialmente” se le ha “maltratado socialmente”, dice la psicóloga– “ver aparecer a una persona con una sonrisa en la cara cuando lleva llorando seis años es el mejor regalo que podemos tener”.