‘Sonrisas de Honduras’

Foto: cedida por Luís Asmarats
Foto: cedida por Luís Asmarats

“Comprobé que aquellos niños eran alegres, pero no felices. Lo sensato para vivir es la alegría. La felicidad sólo es posible si tienes libertad de elegir entre varias opciones. Y ellos no la tenían”. Es la opinión de Jaume Sanllorente, periodista y fundador de ‘Sonrisas de Bombay’, pero Luis Asmarats la comparte plenamente a la hora de describir a los hondureños.

Para este estudiante de medicina barcelonés, Honduras ha sido la experiencia más fructífera y positiva que ha tenido hasta el momento. Luis tiene claro que pueden explicarte hasta el mínimo detalle las precarias condiciones en las que vive la gente, pero hasta que uno no lo ve con sus propios ojos, no es capaz de asimilarlo. La extrema pobreza y el contraste brutal con occidente fueron las cosas que más le impactaron en los dos veranos que colaboró con la ONG ACOES.

¿Qué te motivó a ir a Honduras de voluntario?

En mi caso tuvo una gran influencia mi hermana, a quien siempre he admirado, y que llevó a cabo esta experiencia en Honduras el año anterior al mío. El ímpetu y entusiasmo con que me relataba  su estancia despertaron un anhelo en mi, una faceta que incluso yo mismo desconocía por completo. 

Foto: cedida por Luís Asmarats
Foto: cedida por Luís Asmarats

¿En qué consistió tu labor durante el primer año?

Ese verano colaboré con José, un médico español, con el que realicé labores sanitarias. Para hacerse una idea, menos del 30% de la población tiene acceso a servicios sanitarios. La mayoría de niños en edad escolar no tienen revisiones médicas como nosotros. Así pues, nuestra misión consistía en por las escuelas haciendo chequeos elementales: pesarlos, medirlos, buscar alguna patología respiratoria, como el asma; ocular, como el estrabismo; o les tratábamos si tenían problemas dermatológicos por falta de higiene, como piojos y escabiosis (sarna). También hacíamos visitas a domicilio en zonas rurales que no tenían agua ni luz y mucho menos podian pagarse los medicamentos.

¿Y la segunda vez que fuiste?

El segundo año estuve realizando una labor más didáctica, impartiendo clases y participando en proyectos educativos de la ONG. Es una labor imprescindible, ya que sólo el 30% de los niños hondureños terminan sus estudios básicos y sólo un 7,5% finaliza la educación secundaria. Esto se traduce en un elevado índice de absentismo escolar, debido principalmente a motivos económicos. El ingreso medio en una familia sin recursos ronda las 800 lempiras, pero el comienzo de curso (con la matrícula, uniforme, zapatos y útiles escolares) asciende a 1.000 lempiras, por ello muchos se ven obligados a sacar a sus hijos del colegio, poniéndolos a trabajar o a colaborar en el hogar. 

Foto: cedida por Luís Asmarats
Foto: cedida por Luís Asmarats

¿Cómo era tu día a día?

Llevábamos un ritmo frenético. Nos levantábamos entre las 5 y las 6 de la mañana y quedábamos en la colonia Monterrey, donde se encuentra la sede de la organización proyectos. En un día podías participar en tres o cuatro programas distintos: por la mañana ir a una escuela a echar una mano a los maestros, luego a la populorum a dar clases de refuerzo (en mi caso inglés o matemáticas); al Hospital Escuela de Tegucigalpa, donde jugábamos y paseábamos a los niños con tratamiento de hemodiálisis o ayudar a ordenar el dispensario donde se almacenan los medicamentos que llegan… Siempre hay algo que hacer.

¿Qué diferencias con la vida occidental te llamaron más la atención?

En primer lugar, se trata de una cultura muy machista, en la que gran parte de los varones abandonan a sus familias, dejando a madres solitarias al mando de sus hijos. Por si fuera poco, los métodos anticonceptivos están olvidados, motivo por la que el sida está aumentando a una gran velocidad, a parte de contribuir a que las familias sean de lo más numerosas. Un ejemplo es el de una familia vecina: la madre de siete hijos salía a trabajar a las 4 de la mañana para hacer las tortitas de maíz que después vendía durante el día. La hija mayor, de 8 años, se encargaba de sus hermanos motivo por el que se vio obligada a dejar la escuela. Por otro lado, los elevados índices de absentismo escolar y analfabetismo, hacen que la mayoría no tenga formación para participar en el progreso de la sociedad, careciendo muchas veces de espíritu emprendedor y ganas de superarse para salir de la injusta situación que viven.

¿Qué valores tienen allí que crees que faltan aquí?

Deberíamos aprender mucho de ellos, a pesar de las injusticias con las que tienen que convivir a diario, desprenden un cariño, un calor humano y una alegría envidiables. Lo que puede sonar como un tópico, es una gran verdad, y es que jamás imaginé que recibiría mucho más de lo que entregué. Tanto es así que al regresar me quedé con la sensación de que mi aportación había sido insignificante.

Foto: cedida por Luís Asmarats
Foto: cedida por Luís Asmarats

¿Tuviste algún problema por ser europeo?

Los españoles y los extranjeros no pasamos desapercibidos. Nuestra casa era conocida como la casa de los “gringos”. Nos contaron que el siglo pasado hubo una guerra entre Estados Unidos y Méjico, en la que Honduras y otros países de Centroamérica sufrieron las consecuencias. Los militares americanos iban de verde y por el rechazo popular eran apodados despectivamente como ‘gringo’: green (verdes) go (iros). Al principio les explicamos que éramos españoles y no estadounidenses, pero vista su insistencia, desistimos y terminó por ser gracioso. Algo que no resultó tan anecdótico fue convivir con las ‘maras’, por culpa de las cuales existe el toque de queda a partir de las 9 de la noche, cuando andar por la calle puede ser peligroso. Sin embargo, nos dijeron que los ‘forasteros’ eran más respetados por las pandillas que los nativos.

¿Con qué te quedas de lo que viviste?

Con la incombustible sonrisa de esos niños. Viven en condiciones precarias, su día a día es una carrera de obstáculos constante, pero siempre te sonríen. Son niños que, a pesar de su valentía y coraje desarrollados por la realidad que les ha tocado vivir, rebosan cariño y alegría.

¿Cómo fue la vuelta a España?

La vuelta no fue ni mucho menos fácil. Fue un cambio abismal, bastante traumático. Recuerdo lo raro que me resultaba tener agua potable, poder ducharme todos los días y otras comodidades que sin darnos cuenta lo que para nosotros es una prestación básica, para gran parte de la humanidad es un auténtico privilegio. Me costó volver a sentirme cómodo en una sociedad en la que reina el culto al consumismo.