
Ciertos animales, tanto aves y mamíferos de sangre caliente como otros de sangre fría, sobreviven en invierno gracias a la hibernación, es decir, se adaptan a las condiciones climáticas extremas de esta época del año entrando en una especie de sueño profundo, en el que consiguen una hipotermia regulada –pueden lograr que la temperatura de su cuerpo se asemeje a la de su entorno, aunque se acerque al punto de congelación, los 0º-, el corazón les late más lentamente y también disminuyen sus funciones metabólicas lo que les permite ahorrar energía y no tener que salir a buscar alimento.
Por todos es sabido que los osos son de estos animales que cuando llega el invierno se amodorran y se retiran a sus particulares habitaciones, las cuevas, para el letargo. Pero, al parecer, nuestras mamás osas están cambiando este tradicional -y en muchos casos necesario- hábito.
Según han constatado la Fundación Oso Pardo, el desgaste provocado por la lactancia está llevando a algunas hembras de oso pardo cantábrico a no hibernar para seguir comiendo y recuperarse así energéticamente. El presidente de la fundación, Guillermo Palomero, ha explicado que:
“Se trata principalmente de osas con crías de un año de edad en las que el desgaste de la lactancia es enorme y para las que permanecer despiertas puede ser más rentable que hibernar».
“Esto se produce –añadió- siempre y cuando haya comida, de manera que un año que tenga muchas bellotas, castañas o bayas permanecerán activas para recuperarse en términos energéticos, y además sólo en España, donde los inviernos son más suaves. En latitudes más nórdicas no se produce porque hay mucha nieve, frío y hielo permanente y no disponen de comida”.
La Fundación Oso Pardo ha observado este comportamiento en los últimos años, pero no tiene claro que antes no ocurriera. Por lo tanto, aunque no es achacable al cambio climático, estima que una posible suavización de los inviernos como consecuencia del calentamiento global favorecería estos comportamientos.