Entrevista a Edurne Pasaban, montañera

Edurne PasabanTras hacer cumbre hace unos meses en el Shisha Pangma, Edurne Pasaban se convirtió en la primera mujer en haber coronado los 14 picos de más de 8.000 metros del planeta. En ello invirtió nueve años, un tiempo en el que ha aprendido que lo importante no es hacer historia, sino ser uno mismo y tener unos principios. Hemos hablado con ella.

¿Qué hace una ingeniera industrial con máster en Recursos Humanos escalando ochomiles?

La verdad es que cuando estudié ingeniería nunca pensé en que me dedicaría a hacer montañas de ocho mil metros. Pero al final lo que era mi afición se convirtió en mi profesión.

¿Qué tiene la montaña para apostar tan fuerte por ella?

A mi me da libertad. Quizás cuando estudié y terminé la carrera, mi vida estaba muy encaminada, por tener que trabajar en una empresa familiar y todas esas cosas. Pero con la montaña he encontrado mi propio camino y he podido decidir las cosas por mi misma.

¿Qué le supone a una persona estar al límite como usted lo ha estado muchas veces en la montaña?

A veces es plantearte muchas cosas en la vida, lo que haces, lo que dejas de hacer. Cuando estas ahí al límite, te lo piensas. Y a eso dedicas toda tu vida. Estás haciendo algo en lo que te juegas la vida realmente.

Usted da conferencias sobre su experiencia en esos 14 ochomiles, ¿qué valores trasmite a las personas que acuden a escucharle?

Normalmente trasmito que todos los grandes objetivos en la vida se consiguen con ciertos valores como el compromiso, el que adquiere uno consigo mismo, el de “yo voy a trabajar para que esto ocurra”. Lo demás consiste en hacerlo todo con humildad, que es otro de los valores que las personas no debemos olvidar.

Compañerismo, trabajo, humildad… ¿se pueden aplicar al ámbito de la discapacidad para superar las barreras?

Sí. Seguro que las personas con discapacidad podrían dar muchísimos consejos en conferencias como las que yo doy a la gente del día a día, que vive estresada. Las personas con discapacidad son un ejemplo de un gran trabajo de seguir adelante, un compromiso de los que les rodean y de sus familias, como un equipo. Seguro que ellos están de acuerdo conmigo en que los grandes o pequeños objetivos son difíciles de conseguir sin tener a una gente que esté contigo, apoyándote, trabajando junto a ti.

Pero también se aprende de las zancadillas y de las barreras. Usted ha sufrido unas poquitas…

Sí, sí. De todas las malas cosas lo que he intentado es sacar lo constructivo, tratar de responder a por qué ha ocurrido, hacer una autocrítica en plan positivo e intentar mejorar.

Ahora, después de su gran hito de los 14 ochomiles, ¿piensa que como en la montaña en la vida también hay que saber descender?

Sí. Hay que saber en cada momento donde estás. No perder el norte. Hay que saber como en la montaña, que hay un rato en el que estás en la cumbre, y en la vida personal, en el día a día también hay un momento. Pero en ambas hay que saber que al igual que estás arriba puedes estar abajo. Hay que buscar un equilibrio. Esto es un trabajo que cuesta, pero es imprescindible.

¿Lo ha pasado mal en estos nueve años de persecución de los techos del mundo?

Estos nueve años de dedicación al Himalaya no han sido todos igual de fáciles. Ha habido momentos muy duros, en la subida lo he dejado todo. Incluso tuve una depresión muy grande por la que estuve hospitalizada porque no me encontraba bien conmigo misma, ni me encontraba bien con el momento. Pero bueno, de todo se sale, encontrando un poco lo que uno quiere.

Foto: www.edurnepasaban.com/fundacion/

Y apostando por los demás. Usted colabora con una fundación para ayudar a los niños del Himalaya, ¿en qué consiste ese proyecto?

Tenemos una fundación que se llama Montañeros para el Himalaya, con la que intentamos corresponder a esos pueblos y a toda esa gente del Himalaya por todo con lo que nos han ayudado. Pensamos que en países como Nepal, el Tíbet o Pakistán, que son países pobres, la manera de ayudar es a través de la educación. Así, nos dedicamos a apoyar proyectos educativos, a construir escuelas en diferentes valles donde muchas veces es imposible que tengan colegios en Nepal, por ejemplo, porque los padres de los niños piensan que lo mejor es que enseguida empiecen a portear y a trabajar para traer unas rupias a casa. Intentamos que pueda haber estas escuelas en diferentes puntos del país y de ayudar a niños que han quedado huérfanos porque sus padres han muerto escalando como sherpas. Los llevamos a la ciudad de Katmandú, a un hostel que tenemos allí con 96 niños residiendo a los que mandamos todos los días a la escuela.

¿Ver que esos niños tienen una oportunidad le quita las espinitas que le dejó a usted la montaña?

Pues sí, es lo que más me gratifica, que vayas allí y veas a esos chavales que no podrían estudiar de ninguna manera porque viven a cuatro días caminando de una carretera a la que se pueda acceder con un coche. Y también es muy difícil que los profesores quieran ir donde ellos viven. Llevarlos a Katmandú, que para ellos es el fin del mundo, que puedan vivir en una casa con unas condiciones buenísimas y que puedan ir a la escuela, pues eso cuando voy allí siento que es alucinante.

¿Qué proyectos tiene en estos momentos?

Estoy terminando un libro, que me daba una pereza terrible escribir, que espero que se publique a principios de 2011. Y estoy pensando en el próximo reto, que será el Everest el año que viene en primavera: lo subiré sin oxígeno artificial, porque hasta ahora he terminado los 14 ochomiles, pero en el primero que hice, que fue el Everest, necesité oxígeno artificial.

¿Y el corte de la coleta está lejos?

¡La coleta no hay que cortársela nunca! Pero sí llega un momento en el que las cosas hay que hacerlas a un ritmo diferente. Durante estos años dedicados al Himalaya he tenido que dejar de lado muchas cosas en el ámbito personal, pero las he dejado porque he querido yo y porque la misma vida me ha llevado así. Llega un momento en el que la vida personal y la del Himalaya no se pueden llevar en paralelo y hay que apostar por una más personal.