Broche de oro para el ciclo Clásica x Contemporáneos

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Foto: Peter Field

La primera vez que estrenaste los patines, la primera salida “solo” con los amigos, el primer beso. Todos hemos vivido muchas primeras veces en el Parque del Retiro de Madrid y ayer nosotros también celebramos nuestro primer concierto en este maravilloso lugar que ocupa un lugar especial en el corazón de todos los madrileños.

Aunque el recital estaba previsto para las 20.45 horas, casi hora y media antes había gente que se acercaba al monumento de Alfonso XII, cuyas columnas dispuestas en semicírculo se asemejaban a un gran arpa de piedra, para asegurarse el mejor sitio. Otros, que solo paseaban alrededor del estanque, se detenían curiosos al ver el brillo centelleante de la madera negra bajo el sol. ¿Un piano?  ¿Hay concierto?

Después de 8 meses de “gira” ayer nuestro festival ClásicaXContemporáneos celebraba su último concierto a los pies del estanque del Retiro, coincidiendo con el atardecer. En esta II edición, que tiene por título “La Música Nos Salva”, hemos llevado la integral de Sinfonías de Mahler -interpretadas a piano para cuatro manos- a lugares donde habitualmente la música no suena: un hospital, una cárcel, un centro de mayores o incluso debajo del Puente de Colores de San Cristóbal de Los Ángeles. Nos gusta pensar que también hemos llevado esperanza, aunque solo fuese durante unas horas.

El sol comenzaba a ponerse, cuando Xavier Güell, director artístico del festival subía al escenario. Primero unas palabras para situarnos ante la figura imponente del compositor, después algunas notas de lo que allí estaba a punto de suceder. La IV sinfonía de Mahler fue la más exitosa de todas en vida del autor y también una de las más tocadas en la actualidad. Por su parte, la X sinfonía que llegaría después, es la maldita, la que no le dio tiempo a terminar y que incluso pidió que se destruyese si no podía concluirla. Por suerte para todos, pero muy especialmente para los que pudimos disfrutarla ayer, alguien ignoró la petición de Mahler y la partitura llegó hasta nuestros días.

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Foto: Peter Field

Señoras con zapatos de salón, madres con hijos y jóvenes en bicicleta. Ayer cabíamos todos, compartíamos las mismas sensaciones y disfrutábamos de la música, incluso los que por primera escuchaban a Mahler, incluso los que miraban por el rabillo del ojo el Marca para comprobar cómo iba la Selección en su partido ante Croacia.

Con el sol tres palmos más arriba de la línea del horizonte, llegaban los pianistas. Claudio Constantini y Louiza Hadami, vestían de oscuro y como curiosidad, tocaron con las gafas de sol puestas. Comenzaba a no haber sillas para todos, pero no importaba. Un escalón, los propios bancos de piedra o las columnas del monumento eran también una localidad perfecta. Lo único que importaba era la música, la sensación de estar viviendo un concierto único. Ni una palabra, solo el rumor del estanque, solo el ruido de las copas de los árboles que se movían al son de una ligera brisa que comenzaba a soplar. Parecía que Mahler hubiese compuesto sus sinfonías pensando precisamente en ese espacio donde todo cobraba sentido, donde la música nos salvó por un rato de las preocupaciones y de la rutina para transportarnos a un lugar mágico donde la naturaleza parecía bailar con cada corchea y acorde. Incluso las barcas remaban al son. Las 4 manos y sus 20 dedos golpeaban las teclas dándole a cada nota un significado precioso y preciso. Algunos cerraban los ojos, otros permanecían paralizados y embelesados ante la luz dorada del atardecer sabiendo que encontrarían en su mirada la belleza. Porque ayer la música nos salvó de pasar por alto que, a veces, el mundo puede ser un lugar maravilloso y su banda sonora también.