Una vida normal sin brazos

Jonh Foppe y su esposaJohn Foppe es una persona con una ‘condición’, como a él le gusta decir, la de no tener brazos. Y a pesar de su discapacidad ha logrado ser director de su propia ONG, ‘Community link’, en la que ayuda a otras personas con discapacidad a integrarse. Se ha casado y fruto de su matrimonio tiene una hija que hasta le imita su característico gesticular de pies. Para Foppe siempre hay formas de realizar las cosas que uno quiere. Nos las cuenta.

Imagino que hay un antes y un después desde que uno se da cuenta de que quiere ser independiente y hacer las cosas por uno mismo. ¿Qué provocó en usted el deseo de ser lo más autosuficiente posible?

Cuando era pequeño no quería ser independiente. Lo que sentía era pena de mí mismo y que era una víctima. Tenía miedo y la situación de ser autosuficiente era muy arriesgada porque,  ¿qué pasaba si fracasaba?.

En realidad, se pueden superar esos miedos para poder llegar a ser independiente. Lo primero que hay que hacer es querer serlo y diferenciar entre las cosas que queremos y las que tenemos que hacer. Hay cosas que tenemos que hacer, a pesar de que queramos o no, y la diferencia es importante. Cuando era niño me hacían las cosas, pero, más adelante, cuando fui creciendo, me di cuenta de que quería participar más en la vida porque estaba cansado de ver pasar todo delante de mis ojos.

Tuve miedo, pero era consciente de que podía contribuir con algo a la vida de los demás, ya que contaba mi historia y se multiplicaban los discursos, los viajes y el conocer a gente nueva, sobre todo en Europa. Cuando terminé la universidad me ofrecieron un trabajo como motivador, pero tenía que irme a vivir a Texas, es decir, fuera de mi casa. Esto me hizo desear aún más ser independiente.

¿Cuál ha sido el momento más dramático de su vida, ese que le impulsó a tomar la decisión de superarse así mismo sin más postergación?

Es la historia que llamo: ‘quien bien te quiere, te hará llorar’ y coincide con el momento en que mi madre se empeñó en que me vistiera solo para que no me perdiera las cosas maravillosas que sucederían después en mi vida. Ella me obligó a tomar una decisión y fue el primer momento en que quise superar mi miedo y la amargura que me invadía. Entonces tenía casi once años, pero hay muchos momentos como ese a lo largo de mi vida.

La gente, erróneamente, suele pensar que lo que he conseguido es superar mi discapacidad, pero no es así, esto es una lucha diaria y, en realidad, hay varios momentos que provocan ese cambio de mentalidad. El primero es el que he comentado; luego a los 16 años cuando quise aprender a conducir un coche; a los 21 cuando me mudé a Texas para desempeñar mi primer trabajo; casarme fue otro de esos momentos y ser padre, tengo una niña de dos años y medio. Pero, seguro, aún quedan otros momentos que llegarán. Precisamente, esta es la diferencia con el mensaje de otros motivadores o grandes deportistas, que ganan un partido y se acabó. Mi reto es superarme todos los días.

¿Cómo se aprende a manejar una vida con los pies? ¿Qué actitud es necesaria para ello?

Probablemente es un misterio de la naturaleza humana. La mente ayuda siempre al cuerpo. Se dice que los ciegos agudizan el oído, que los sordos tienen una enorme facilidad para leer los labios, etc. El cerebro siempre ayuda al cuerpo, pero no, no hay una escuela en la que te enseñen a hacer cosas con los pies. Se aprende haciéndolo. Mi hija, por ejemplo, maneja cada vez más los pies por el simple hecho de verme a mí y hasta tira de la cadena con ellos o gesticula tal y como lo hago yo.

Hay muchas personas con discapacidad, y muchas sin ella, que aunque han tocado fondo están estancadas y no pueden o no quieren tomar la responsabilidad, las riendas de su vida para que se produzca el cambio. Como motivador, ¿qué les diría a todas estas personas?

La respuesta está en la pregunta ‘cuánto deseas hacer una cosa’. Ellos son como son. En la vida hay una columna del ‘debe’ y otra del ‘haber’. Hay mucha gente que pone muchas cosas en la columna del debe, sobre todo emocionales como la victimización, el miedo, el odio, la pena de sí mismo u otras, que nos inmovilizan. Pero, además de decirlo, hay que querer cambiar y hay muchas veces que nos quejamos, pero seguimos poniendo las situaciones en la columna del debe.

Por ejemplo, en EEUU se habla mucho de la gente que tiene sobrepeso y no adelgaza porque obtiene algo de esa posición de víctima. A veces, comer nos hace sentirnos más seguros o estar más cómodos con nosotros mismos, es decir, no nos movemos de esa situación porque nos conviene. Hay que entender que, en la vida, para cada queja siempre hay algo que nos alienta a seguir quejándonos porque sacamos algo de eso como, por ejemplo, atención o sentirnos especiales. Y, precisamente, porque en el fondo estas personas reciben un beneficio, no se mueven para que se produzca el cambio. Éste se produce justo cuando ya no puedes más, cuando estás muy cansado y ya nada de lo que antes te beneficiaba te sigue compensando. Todo en la vida tiene un coste. Por cada sí, siempre hay un no, y para cada no, un sí. Por eso ocurre que, en ocasiones, aunque sintamos pena de nosotros mismos, permitimos que continúe así porque el cambio es demasiado duro desde nuestro punto de vista, y hay que realizar demasiado esfuerzo para que se produzca.

Siempre existe la otra cara de la moneda y, si permitimos que una situación siga así, es que estamos sacando algo de ello: quizás nos sintamos especiales o reclamamos atención y, aunque es enfermizo, seguimos aceptándolo y queriéndolo de alguna manera. En realidad, todo se reduce a un tema de coste-beneficio. Todo cuesta, cada decisión que tomamos cuesta algo. Hasta que no llega el momento en el que te cansas de pagar por ello, no forzamos el cambio.

Luego, ¿cada decisión que tomamos tiene un coste?

Exacto. No hay duda de que si dices sí a ser una víctima, por ejemplo, estás perdiendo la oportunidad de ser un superviviente, un ganador o cualquier otra cosa. La vida es así, por cada cosa positiva, siempre hay una negativa y viceversa. A veces, somos muy vagos para movilizarlos en pro de obtener un cambio y por eso hay que enseñar a las personas con discapacidad cómo funciona la vida, cuánto les está costando mantenerse en esa situación, qué coste tiene para ellos ser una víctima o tener miedo de ponerse en acción.

Muchas de sus formas de vivir les permiten cierta comodidad, pero quizás estén perdiendo amor, autoestima, prosperidad o paz mental a consecuencia de ello. Repito, cada cosa en la vida tiene un aspecto positivo y otro negativo. La gente intenta siempre separar lo positivo de lo negativo, pero no hay una cosa sin la otra. Luego la pregunta que todo el mundo debe hacerse es: ¿qué quieres realmente y cuánto estás dispuesto a pagar por ello? Es una pregunta simple, pero necesaria, porque las cosas no se consiguen gratuitamente. Cualquier cosa que queramos tiene un coste.