Testimonio de ‘Eres Igual’: «El VIH no siempre es el final»

Foto: Juan Antonio García de Cubas
Foto: Juan Antonio García de Cubas

Se llama Antonio Marqués Cardoso, es portugués y tiene una historia vital que, cuando te la cuenta, no te la puedes quitar de la cabeza. Tras conocer su historia en el libro de ‘Eres igual’, de la Obra Social Caja Madrid, estuve charlando con él hace unos días aquí, en Servimedia, y me hizo cómplice de su vida. Lo primero en lo que pensé fue en la suerte que tuvo de encontrarse, en el momento en el que la muerte llamaba a su puerta, con Gloria.

Mujeres como ella hay tan pocas que desde aquí le dedico un pequeño homenaje y la invito a que venga a vernos pronto y nos cuente por qué decidió un día ceder su propio piso y convivir con personas con problemas con las drogas y el alcohol, con VIH o con enfermedades terminales. No son muchos los que dan su vida por ayudar a los demás de una manera tan desinteresada. (Conoce su obra en ‘Proyecto Gloria’).

Pero bueno, a lo que iba. Me vuelvo a centrar en Antonio y en su vida, ya veréis que bien podría publicar un libro:

“Vivíamos en Castillo Blanco, Portugal. A los cinco años, me quedé sin madre y a los ocho sin padre. Los dos eran médicos, pero parece que su profesión no les valió de nada para lo que el destino les tenía reservados. No me quedé completamente solo, una tía mía me acogió en su casa pero no fui feliz allí. Ella sólo tenía ojos para su propio hijo y me sentía siempre ignorado, y un poco abandonado. Así que a los trece años me fui a Lisboa, la capital”.

A esa edad Antonio había decidido crear su propia historia, pero en la capital, sólo podía sobrevivir robando para poder comer. En poco tiempo, conoció a unas personas que querían vender armas en España.

“Nada más llegar a Madrid conocí a un chico portugués que me indicó dónde y a quién podía vender yo las armas, así que en diez días conseguí liquidar las once que traía… Con el dinero que me dieron por la venta, compré chocolate en Madrid y lo vendí en Portugal”.

De esta forma, Antonio entró en una espiral de delincuencia de la que no sabía cómo salir. A los 18 años probó por primera vez las drogas. 

“Me enamoré de una chica que estaba enganchada a la heroína y a la cocaína. Nos gastábamos unas 50.000 pesetas al día en drogas. Todo lo que había ahorrado durante meses, que era una buena fortuna, nos lo gastamos en muy poco tiempo».

Tras quedarse sin dinero y enganchado ya a las drogas, Antonio empezó a robar a mayor escala:

“Pasé a robar en bancos, hoteles, tiendas… hasta que un día caí en la cárcel. En aquella época, estar entre rejas era estar en una auténtica escuela para delincuentes: uno te enseñaba a abrir cajas fuertes, otro a falsificar cheques… había droga y yo vendía alcohol entre los presos”.

Durante ese tiempo, Antonio supo que su niña de siete meses, que había tenido con su novia, había sido entregada a los servicios sociales, ya que su madre no podía hacerse cargo de ella.

“Entonces me volví loco y entré en todo tipo de conflictos: tuve muchas peleas, vendía drogas, alcohol, me daba todo igual”.

Pero aquello tuvo sus consecuencias. Le pasaron a preso de primer grado por mala conducta y estuvo durante tres años cambiando de cárcel por España cada pocos meses.

“Era muy duro. Estabas 23 horas en una celda y tenías una hora de de patio. Me trataban como a uno de los presos más peligrosos de España. Eso sí, durante esos años no tuve contacto con las drogas, y cuando por fin salí, tras 8 años de encierro, estaba completamente limpio”.

Tras un tiempo en Madrid, Antonio se fue a vivir a Barcelona y comenzó a trabajar. Pero fue entonces cuando entró en contacto con el VIH.

“Las chicas en mi vida han sido mi perdición. Conocí a una mujer en una discoteca con la que tuve relaciones sin precaución. Al día siguiente fui a buscarla y me dijeron que tuviera cuidado, que aquella chica tenía el VIH”.

Antonio no lo podía creer y, desgraciadamente, al pasar los meses, se confirmó que había sido infectado.

“Comencé con fiebre, temblores, etc., y me dijeron que tenía tuberculosis. Me aislaron cuatro meses en una habitación de hospital, y los médicos me lo confirmaron: tenía el VIH. Tras mi paso por el hospital, estuve un año viviendo con las monjas de la caridad, pero por circunstancias tristes de la vida y tras visitar a mi hermano en París y descubrir que él también estaba metido en el mundo de las drogas, me fui a Madrid. Esa época fue desastrosa porque comencé de nuevo a drogarme con todo lo que encontraba. También bebía, estaba destrozado”.

Fue entonces cuando llegó al Albergue de San isidro de Madrid, tan enfermo que le dijeron que le quedaban pocos días de vida. Le ofrecieron vivir en un piso regentado por una señora llamada Gloria. Antonio aceptó.

UNA SEGUNDA VIDA

«Llegué a casa de Gloria en ambulancia, y no se qué pasó pero allí empecé a comer, a andar, a recuperarme. Entré en abril y en septiembre ella me dijo:

– Prepárate que te voy a poner a trabajar de guardia de seguridad de un garaje.
– Pero Gloria, si toda mi vida robé coches, ¿cómo voy a trabajar ahí?
– Precisamente por eso, ¿quién mejor que tú para saber quién puede ir con malas intenciones…?»

Antonio lleva ya diez años trabajando en ese mismo lugar. Y nunca ha tenido ningún problema… Pero la fe de Gloria en él no acaba ahí.

“Otro día estaba tranquilamente en el piso y aparece Gloria con nueve libros y me dice: te vas a sacar el graduado escolar. Dicho y hecho. Me puso profesor de matemáticas, de inglés, ella me daba lengua…¡tres meses me tuvo así que no veía ni la tele! Pero me lo saqué. También nos obliga a todos a acompañarla a misa. Yo era ateo y no creía en nada. Pero fui con ella a la Virgen de Lourdes. Recuerdo que me puse a llorar porque algo se me movió por dentro. Y desde entonces creo”.

Y es que Gloria no abandona a Antonio ni a los otros siete chicos del piso.

“También Gloria me animó a que me sacara el carnet de conducir. Y lo conseguí. Debo decir que estos años han sido los mejores de mi vida. Todo lo que he conseguido se lo debo a ella. Al principio cuando me fui a vivir al piso pensaba que algo querría de mi, no entendía que fuera tan buena sin querer nada a cambio. Pero es así. Estoy en la mejor fase de mi vida, y no la cambio por nada del mundo. ¿Y sabes qué? Gloria siempre va más allá. No se queda en el yonki o en el alcohólico o en el que tiene VIH. Ella ve a la persona, lo que ha sufrido, el por qué de su situación. Nunca me he sentido tan valorado en mi vida”.

Antonio lleva años limpio, sin beber ni probar las drogas. Toma la medicación para su enfermedad a diario y de los ocho días de vida que le dieron, ya son diez años los que lleva en lo que él considera la mejor etapa de su vida. Una historia increíble, ¿no os parece?