En Madrid hay un distrito llamado Usera. En este distrito se encuentran varios barrios, entre ellos Orcasur y San Fermín. A través de este último cruza el río Manzanares. Todo ello rodea un lugar muy especial: el Colegio Ponce de León. Desde hace cuarenta años, cientos de niños atraviesan sus puertas cada mañana para avanzar en su formación. Pero lo hacen de manera integradora. Cinco alumnos sordos y quince alumnos oyentes por aula comparten el día a día. También es un colegio bilingüe, como muchos otros, pero en este se aprende la lengua de signos. La educación ordinaria y la especial van juntas de la mano.
Esta metodología innovadora requiere de numerosos profesionales para aportar a los alumnos la mayor autonomía y conocimiento posibles. Es el caso de nuestra protagonista del mes, Silvia Rodríguez, fisioterapeuta del Ponce. Lleva 18 años practicando la psicomotricidad terapéutica que, según nos explica, “interviene en el niño desde un punto de vista global teniendo en cuenta no solo la parte motriz, sino también la psicológica, emocional y relacional, por lo que el niño se ve beneficiado en todas esas áreas”. Gracias a su sensibilidad y profesionalidad ha mejorado la vida de muchas niñas y niños que, como Pablo, necesitan cuidados especiales. La base es “intentar que se comuniquen entre ellos, teniendo en cuenta todos los aspectos de cada alumno”.
Su experiencia en el Centro la resume como “muy especial, porque son niños con unas características maravillosas y a mí me han dado una satisfacción personal muy grande, formándome como persona”. El esfuerzo por parte de todos los componentes de las sesiones genera un vínculo muy fuerte entre ellos y Silvia asegura que “lo que más me satisface es cuando un niño me mira y sonríe, me hace sentir muy bien”. Así mismo, la relación con la familia es fundamental, tratando de coordinarse entre el área doméstica y la escolar: “Cuando tenemos contacto con los familiares, la relación es muy positiva”. Y añade, “Es muy importante para que el niño reciba la mejor estimulación posible”.
En cuanto a la relación entre los alumnos con diversidad funcional y los que no tienen, Silvia destaca lo enriquecedor que es para todos: “Si para mí es una gran experiencia, para un niño que crece con ellos, imagínate. Aprenden a vivir todos juntos y a normalizar sus dificultades integrándoles y ayudándoles”. Por ello, anima a las familias que no tengan hijos con diversidad funcional a “experimentar la inclusión, porque es muy positivo.”
Proyectos como este son los que hacen del Ponce de León un centro pionero y diferente. Labores tan necesarias como la de Silvia, consiguen generar una inclusión social a pequeña escala que, poco a poco, se va ampliando a otros sectores. Un aprendizaje que no solo se dirige de profesores a alumnos, sino que crea una relación bidireccional con la que nutrirse de personas con una sensibilidad enriquecedora, sin importar la posición: “Los grandes maestros de mi carrera son mis niños”, concluye Silvia.