Además de hacer graciosas acrobacias en el mar y de ser consideradas los animales más grandes del mundo (su corazón puede alcanzar el tamaño de un automóvil), las ballenas podrían ser los seres vivos más longevos del planeta.
Si en su camino no se cruzara algún barco ballenero, un ejemplar de este animal podría llegar fácilmente a los 100 años de vida y a medir 33 metros de largo. Incluso, se cree que algunos han vivido hasta 200 ó 250 años.
Sin embargo, la matanza de ballenas, ya sea para satisfacer un cuestionado pero ancestral consumo, para fines de ‘investigación’ o para negociar con su carne y su aceite, no permite actualmente que estos animales superen los 25 años de vida.
La mayoría de países del mundo han suscrito tratados de protección que ilegalizan la matanza de ballenas, pero hay otros como Japón, Islandia y Noruega que –apelando a razones científicas o prácticas antiguas que a menudo esconden fines comerciales– continúan asesinando con arpones a estos animales.
El debate político enciende la pradera cada año. Los grupos conservacionistas se enfrentan a los países que comercian con carne y aceite de ballena en foros internacionales, pero el resultado siempre es el mismo: cada uno defiende sus posiciones, pero la matanza de ballenas no se detiene.
No obstante, al margen de esto, hay una interesante propuesta que cobra vigencia en estos días en que especies como la Ballena de Groenlandia (en extinción en Europa) están en peligro de desaparecer.
El profesor australiano de bioética de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), Peter Singer, publicó tiempo atrás en el diario ‘El Clarín’, de Buenos Aires (Argentina), un artículo cuyo titular resume muy bien su postura:
“La mejor razón para no matar ballenas es aceptar que tienen sentimientos”.
Aunque pueda sonar increíble, este especialista en filosofía dedicado a trabajar sobre la ética del trato que dan los humanos a los animales, asegura que:
“Las ballenas son mamíferos sociales con cerebros grandes, con capacidad de disfrutar de la vida y sentir dolor –no sólo dolor físico sino también, muy probablemente, angustia– por la pérdida de un miembro de su grupo”.
Singer asegura que la caza de ballenas “no es ética” porque no existe “necesidad humana esencial” que obligue al hombre a matar estos animales.
“Todo lo que extraemos de ellas podemos obtenerlo sin crueldad de otras formas”, precisa.
El especialista hace hincapié en los métodos crueles que utilizan los humanos para cazar a las ballenas, sobre todo en el arpón, que causa un gran dolor en la presa.
“No es posible matar a las ballenas de forma compasiva –son demasiado grandes e incluso con un arpón explosivo es difícil alcanzar a la ballena en el sitio adecuado–. Además, los cazadores no desean utilizar muchos explosivos porque así se despedazaría el cuerpo del animal y el objetivo principal es recuperar el aceite valioso o la carne. Por ello, las ballenas con heridas de arpón mueren poco a poco y con mucho dolor”, señala.