Cuatro ganadores de Generación 2020 nos hablan sobre las bases tradicionales del arte más contemporáneo

La revisión del pasado siempre ha sido una de las fuentes de inspiración más relevantes para los artistas de todas las épocas y también atraviesa la exposición Generación 2020 en La Casa Encendida. Lo hace a través de las obras de Elisa Celda y Cristina Mejías, que trabajan desde las diferentes miradas hacia la tradición, y de las de Javier Arbizu y Claudia Rebeca de Lorenzo, quienes reinventan temas, formas y conceptos históricos a través de sus obras. La muestra, comisariada por Ignacio Cabrero, es el resultado de la convocatoria Generaciones de Fundación Montemadrid que busca dar visibilidad a jóvenes creadores menores de 35 años como Elisa Celda, Oier Iruretagoiena, Gala Knorr, Claudia Lorenzo, Javier Arbizu, Miguel Marina, Cristina Mejías y Nora Silva, ganadores de este año.

Tras hablar sobre hipervigilancia, objet-troubé y cultura millenial con la mitad de los ganadores, hoy tratamos la historia y la tradición con los cuatro aritstas, a los que les hemos propuesto un juego: responder una pregunta planteada por nosotros y otra que se hagan entre ellos.

Elisa Celda y Cristina Mejías reivindican las relecturas de la tradición desde dos posiciones muy diferentes. Celda, con la obra audiovisual O arrais do mar, muestra cómo la tecnología hace mutar escenas que llevan desarrollándose muchísimos años: “El Arte de Xávega es una pesca centenaria que hasta hace veinte años se hacía con bueyes. Está constituida por una red de cerco que llega a dos kilómetros de la costa y está conectada por un cable a dos tractores que tiran de forma mecánica. Desde el principio, quise huir de una imagen documental más folclore y tradicional para pensar en cómo ciertas imágenes que tenemos asociadas a la tradición pueden ser transformadas y dejar de ser tan rígidas”. Su pieza audiovisual habla de cómo la tecnología remodela la naturaleza y los espacios y de cómo, “de alguna manera, la iluminación a través de dispositivos tecnológicos en la película es una llamada a una nueva visión de la naturaleza y nuestra posición, donde a través de ella, diferentes acciones que suceden en la costa se conectan”.

Elisa Celda. O arrais do mar. 2020. Proyección audiovisual en bucle (La Casa Encendida)

Ante la pregunta de Cristina Mejías sobre cómo se comenzó a interesar por la modalidad de la pesca, Celda habla de la fascinación por el espacio en el que se enmarca: “Una larga playa llamada Costa da Caparica, en Portugal, donde pasé algunos veranos de mi infancia […] El ritual de la pesca pone de manifiesto mi fascinación por el constructo e imaginario de la naturaleza. El Arte de Xávega se encuentra próxima a desaparecer y, con él, un arte que lleva mucho tiempo en la costa de Portugal y que forma parte de su cultura, manteniéndose aún por ser Patrimonio Cultural Inmaterial. En mis últimos trabajos, he estado investigando la noche, su oscuridad y sus sonidos, tratando de crear diferentes paisajes y pensando en cómo traducir un espacio y sus acciones en una experiencia cinematográfica”. Así, la artista genera con el espacio y las luces que se crean en él una nueva “experiencia sensorial y caleidoscópica que juega a difuminar la frontera entre lo que se ve y lo que no se puede ver”.

La Máquina de Macedonio, de Cristina Mejías, también acude a conceptos tradicionales para la expresión artística. A la hora de configurar la tradición desde la modernidad, la artista considera que, ante el paradigma en el que “nos hemos acostumbrado a preconcebir el mundo académico como legítimo contenedor y difusor de conocimiento, la responsabilidad de conservación de nuestros saberes recae sobre la fijación de la escritura en la pantalla o el papel. Reside en bibliotecas o hemerotecas, ya sean físicas o virtuales. Se nos está permitido olvidar, pues siempre será posible recurrir a los libros. Pero las bibliotecas requieren de nuestro deseo para cobrar vida. La práctica de la oralidad atraviesa los cuerpos. El oyente escucha”.

Cristina Mejías. La Máquina de Macedonio. 2020. Instalación. Pieza textil suspendida; elementos escultóricos generados a partir de una serie de relatos y audio. Dimensiones variables. Fotografía de Manuel Blanco (La Casa Encendida)

 

Esta obra toma como protagonistas a los artesanos de una comunidad de tradición oral, que trabajan sobre una técnica que se transmite de maestro a maestro: “La urdimbre y la trama que componen la pieza textil suponen un ejercicio que empieza en el relato hablado. Narración y artesanía responden a un proceso de trabajo lento y subjetivo, opuesto en muchos casos a los ritmos a los que nuestros cuerpos y espacios están sometidos hoy en día”. La instalación se presenta a oscuras, mostrando la obra parcialmente a partir de la iluminación de unas u otras partes con diferentes luces, proceso por el que se interesa Celada. Cristina Mejías elige este formato para “no mostrar nunca la pieza en su totalidad, crear un proceso mismo en el que visualizarla comprendiera un descubrimiento. Al igual que no podemos leer un libro abriendo todas sus páginas a la vez, traté de generar un espacio que se va desvelando según la apetencia del espectador, de cuántas personas coincidan en el espacio y afecten a la lectura… De esta forma, hay tantas maneras de descubrir la pieza como personas entren en la sala, creando un punto de vista múltiple, como múltiple es la interpretación o transmisión de una historia. No hay una forma unívoca de recorrer la instalación, y cada persona que forme parte de la experiencia tendrá un relato distinto que contar al salir de la sala”.

 

Por su parte, Javier Arbizu y Claudia Rebeca Lorenzo trabajan la escultura y el cuerpo a través de una mirada histórica. La escultura es una de las técnicas más antiguas de la historia y conecta el pasado con el presente y el futuro del arte y la comunicación a través de ella. Arbizu utiliza el modelo medieval de la persona como microcosmos para presentar la afinidad entre las personas y el entorno, mientras que Lorenzo trabaja a partir de bustos, interesándose por su peso simbólico a lo largo de la historia del arte, “desde los bustos Cicládicos, pasando por los retratos de Nefertiti hasta los bustos de Bruce Nauman si hablamos de un contexto contemporáneo”.

Javier Arbizu. Knee-deep. 2020. Instalación. Objeto escultóricos de metal bismuto. Dimensiones variables.

La relación con la historia configura la obra de Javier Arbizu, quien nos cuenta cómo “a veces ocurre un fenómeno extraño al ver arte antiguo. De repente, entras en contacto con una obra en concreto que se presenta a ti de una manera peculiar. Suelen ser encuentros poco comunes, lo normal en un museo de arte clásico es recorrer salas y salas de paisajes aburridos hasta que das con uno en el que te metes de lleno. Puede ser un retrato romano, una tabla de Al-Fayum, una escultura egipcia, puede ser cualquier cosa, pero solamente una, que se diferencia de las demás porque tiene la capacidad de generar una agencia especial sobre ti. Este vínculo que se genera no deriva del posible mensaje que el autor quisiera contar en su momento, de la narrativa construida alrededor ella ni del cómo está hecha”. A este proceso, Claudia Rebeca Lorenzo lo denomina “encuentro”, ese momento donde “un suceso te señala a ti directamente”, un fenómeno “bastante íntimo, una especie de afinidad y atracción muy parecida al enamoramiento, donde hay un algo de desnudarse o de verse reflejado en el espejo”, apunta Arbizu, un momento en el que “se genera una especie de simultaneidad (un estar ahí contigo) que no sé bien cómo explicar. Tiene más que ver con el vivir algo que con el aprender algo”.

Claudia Rebeca Lorenzo. Txukela. 2020. Instalación. Óleo en barra, ceras y objetos escultóricos de escayola, metal, cemento, resina y plástico. Dimensiones variables. Fotografía de Manuel Blanco (La Casa Encendida)

 

Lorenzo acude a Oteiza para apuntar que quizás “es el mismo artista que se manifiesta en diferentes cuerpos a través de la historia. Una misma energía creadora que va cambiando de cuerpo a lo largo del tiempo”. Como apunta la artista, al trabajar con arte hay algo puramente material y “es en ese acuerdo entre tu deseo y el límite propio del material en el que aparece una singularidad y algo que hace que ese objeto cumpla con una cualidad artística. Es esa singularidad precisamente la que hace que sea la misma experiencia independientemente del tiempo”.

 

Iniciativas como la Convocatoria Generaciones nos permiten conocer estas nuevas aproximaciones al arte joven, generando discursos entre creadores y con el arte en sí mismo a través de obras que, desde la más radical contemporaneidad, se relacionan con toda una herencia cultural.